El teatro de los prodigios

Estos últimos años los que apreciamos el cuento hemos disfrutado de una época excepcional. Tras la desaparición de las revistas, mediada la década pasada, empezó a darse un fenómeno curioso: el primer contacto con nuevos autores tomaba a menudo la forma de antologías personales, que enfrentaban por primera vez su universo literario particular con el público.

No sé cuánto van a cambiar las cosas ahora, con la reestructuración del mercado editorial fantástico, pero sí que puedo afirmar, sin casi temor a equivocarme, que la última antología física de AJEC (al menos por una temporada), marcará un punto y aparte en la historia del formato en España (ojo, siguen saliendo, la ultimísima «Vosotros justificáis mi existencia», una recopilación de Nuria C. Botey en Saco de Huesos, pero con mucha mayor especialización temática y bastante menor distribución). Resulta quizás apropiado que como despedida el fin de esta etapa nos ofrezca un título de la calidad e interés de «El teatro de los prodigios», presentación en sociedad de Ramón Merino Collado.

Nueve son los textos que componen el volumen, desde el cuento breve (aunque no menos de nueve páginas) a la novela corta. Tampoco en género encontramos homogeneidad, pues la fantasía más o menos «dura» (con fuertes influencias del realismo mágico) puede dar paso a una ciencia ficción clasicista o a desarrollos cercanos al terror. Pese a ello, no cabe la menor duda en cuanto a la pertinencia de la inclusión de todos ellos en un volumen de gran coherencia, pues por un lado el estilo (muy maduro, sobre todo tratándose de un debut literario) y por otro una serie de inquietudes y temas subyacentes, confieren una gran solidez al conjunto.

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En cuanto al primero, he de comentar que exprime al máximo las posibilidades expresivas del castellano, con una especial querencia por la metáfora, que denota a un autor que no sólo ha bebido de traducciones anglosajonas, sino que se ha empapado de la expresividad particular de nuestro idioma (en entrevistas confiesa la influencia de Borges y Cortázar, pero también de Rafael Marín, José Antonio Cotrina y César Mallorquí). Cada frase, además, se nota meditada, cada recurso empleado con plena intención. Tal vez aquí y allá se aprecie algún que otro exceso (con los años me he vuelto amigo de la sutileza), pero en general todo fluye bajo un control admirable.

Por lo que respecta a los temas, destacaría el empeño por romper las barreras del acto narrativo, difuminando las fronteras, derribando las paredes que confinan la ficción y separan al autor del lector, a la trama de la realidad, a los personajes de quienes los leen. De igual modo, juguetea con la estructura lógica, evitando rendirse a la previsible causalidad, generando bucles, reflejos especulares y otros juegos metaliterarios. Destacaría también la importancia como materia prima del hecho religioso, relacionado con la tradición cristiana (y dentro de ella la católica), abrazando su importancia como referente cultural ineludible de nuestra sociedad (lo cual no implica ni apología ni crítica, sino en principio mero reconocimiento). Detalle éste que marca también diferencias con la producción anglosajona, enraizada en el protestantismo.

De señalar una flaqueza, mencionaría que tal vez a nivel conceptual los relatos son poco propensos a retorcer las ideas una vez han sido establecidas, lo cual los vuelve en ocasiones algo previsibles (una previsibilidad matemática e inexorable). Lo bueno del asunto es que su fortaleza estilística compensa con creces esta circunstancia, hasta el punto que incluso cuando adivinas con cierta antelación hacia dónde se dirige un determinado texto no duelen prendas en acompañar a la narración en su viaje, disfrutándola a un nivel fundamentalmente estético.

Cuando abordo antologías de autor único no soy muy amigo de examinar cada relato por separado (pues a menudo la valoración tiene más que ver con los gustos personales que con cualquier otro factor). Destacaría, sin embargo, la novela corta de ciencia ficción «Magna Veritas» (con un regusto a Dan Simmons y algunas gotas de… en fin, otro posible referente que no conviene mentar so pena de revelar demasiado sobre la trama). Entre el resto, hay sitio para el género negro a caballo entre la metaficción y el horror, el realismo mágico, los fantasmas y los monstruos (humanos, pero monstruos), los profetas, el amor (y el desamor), la ironía e incluso el surrealismo (ahí me pilla un poco a contrapié, sin que ayude precisamente el que el texto más surrealista sea a su vez el que incurre en un estilo más recargado).

En la página de agradecimientos el autor comenta que «la originalidad no es más que el arte de saber ocultar las propias referencias». No es del todo el caso. Las referencias son bastante claras, y en algunos casos diáfanas. Yo más bien diría que consiste en saber integrar esas referencias y hacerlas propias, y ahí creo que Ramón Merino Collado logra un pleno. «El teatro de los prodigios es una gran antología personal. El que constituya además la presentación del autor no hace sino concederle valor añadido.

Por último, algo que no suelo mencionar en mis reseñas es el precio (pues se trata de un elemento totalmente extraliterario, de nula relevancia de cara a la valoración del texto), pero es que en este caso, con unos muy medidos 12 euros (para casi 300 páginas bien cumpliditas, con un tamaño de letra y un interlineado ajustados, sin que ello afecte a la legibilidad), estamos ante una oferta irresistible.

Agradezco a Grupo Editorial AJEC el envío de un ejemplar de «El teatro de los prodigios» para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en diciembre 3, 2012.

10 respuestas to “El teatro de los prodigios”

  1. Un autor muy sólido e interesante que, estoy convencido, dará que hablar. Muy acertada la reseña.

  2. Muchas gracias, J.A. Te debo un e-mail, mañana mismo mando al cuervo.

    Y muchas gracias, Sergio. No creo que mis influencias sean tan diáfanas, lo que pasa es que tú eres una biblioteca andante del fantástico y las pillas todas al vuelo. ;-)

    Le robo el aforismo a Roberto Malo: las reseñas como esta le dan sentido al acto de escribir.

    • Es posible, de todas formas prefiero mil veces pillar al vuelo un centenar de influencias bien asimiladas que tropezarme una y otra vez con una sola mal digerida. Vamos, que no es algo malo, sino todo lo contrario.

  3. Excelente reseña como siempre, Sergio. Si fuera posible, sólo si no te quita tiempo, agradecería facilitaras al final de las reseñas, algún link donde adquirir el libro o la dirección de la casa editorial. Siempre me quedo con las ganas, después de leer las reseñas, de darle a la página y comprar.

    Por otro lado, aunque no tenga mucho que ver con lo expuesto en el artículo, me gustaría señalar otra flaqueza más, esta vez referente al marketing del libro. Y es que, dicho con todo el respeto del mundo, el diseño de la portada es un poco… pobre.

    En mi opinión, el primer contacto que experimenta el lector con el libro es a través de su portada, porque antes que lector es consumidor. Captar su atención es esencial. Si luego lo lee y le gusta, contentos todos, pero si ya de antemano estamos diciendo que el exterior está poco trabajado (valoración personal), seguramente pensará que el interior es igual y allá que se va otro potencial comprador… y con él mi sustento.

    Con tu permiso, Sergio, pego un link que quizá conozcáis ya:
    http://aidanmoher.com/blog/category/art/cover-art/
    Aquí hay maravillosos ejemplos de maquetación en libros de fantasía y sci-fi.

    Salu2

    • Perdón, se me olvidó decir que la ilustración es preciosa, eso sí.

      • Jose: si la ilustración te gusta, entonces entiendo que te refieres a la composición de portada. Pero yo la veo bastante correcta (amén de que en la mano gana más): está el título bien centrado y en una fuente tipográfica resultona, y abajo el nombre del autor, sin florituras ni añadidos que desvíen la atención. No sé, supongo que será cuestión de gustos, como tú bien dices, porque a mí las portadas de la web que has enlazado no me gustan mucho. Son… como diría, demasiado «best seller».

        Raúl empezó haciendo portadas bastante cutres, pero últimamente Ajec ha ganado mucho en la estética del libro como continente. Pero volvemos a lo mismo, seguramente es cuestión de gustos.

    • Hola, José:

      Lo del link para la adquisición del libro es algo sobre lo que he meditado a menudo. Si no lo hago es por establecer un poco de distancia entre crítica literaria y promoción (un tanto artificial, lo sé, es una manía personal). En todo caso, lo haría con los libros que me envían para reseña, como detalle hacia la editorial, aunque creo que hoy en día es muy fácil poner el título en Google (o cualquier otro buscador) y en seguida llegas a algún lugar donde conseguirlo (si lo hay, que muchas veces reseño títulos completamente descatalogados).

      A una mala, Cyberdark no suele fallar. Si está a la venta, es muy probable que lo tengan.

      En fin, seguiré pensando sobre el particular. Gracias por la opinión.

      En cuanto a la portada… ahí coincido con nuestro anónimo contertulio en que luce muy bien en mano (la imagen a baja resolución pierde mucho). Personalmente, no me acaba de gustar el estilo americano. Le suele faltar sutileza (tampoco es que pueda hablar muy alto después de mi portada para «La ley del trueno»).

  4. Jajaajja muchas gracias Sergio, es sólo que soy un poco perrete y estoy mal acostumbrado a otras páginas, nada más, pero gracias por meditarlo, siempre habrá algún vago más que lo agradecerá.

    Respecto a la portada, bueno, como bien decís, será cuestión de gustos.

    Salu2

  5. Estupendo análisis, muy completo y veraz. Lo único que puedo añadir es que disfruté enormemente de la antología, incluso me encogió las tripas en más de una ocasión, y la portada me parece fascinante ;o)
    Besotes fantásticos.

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