La última sombra

«La última sombra», de Agustín Lozano de la Cruz, es un libro que examina el mito del vampiro. Ojo, no es una novela de vampiros. El punto focal no se dirige hacia el ser, sino hacia su aura, hacia la fascinación que evoca su figura. Se aparta por ello de las reencarnaciones modernas, esos pobres seres atormentados por su inhumanidad, para indagar en las raíces del mito, antes incluso de la estructuración canónica de Stoker, en la literatura gótica de principios del siglo XIX.

La novela arranca con un encuentro fortuito en la terraza de un bar de Sintra entre Emm, una joven fotógrafa americana, y Sam, otro americano (aunque afincado desde hace años en Roma), que afirma trabajar como localizador de exteriores. Unidos al principio por un interés profesional mutuo (ambos se encuentran en la localidad tras las huellas de lord Byron), la atracción no tarda en surgir entre ambos y dan inicio a una relación, que les acaba llevando a Italia en pos de las huellas de los poetas románticos ingleses (Byron, Shelley, Keats…).

No se trata de una relación sencilla. Las desavenencias (que suelen acabar en la cama) son continuas, poniendo a prueba de continuo la inestable conjunción. Además, Emm comienza a sufrir experiencias extrañas, siempre en el límite entre la realidad y la sugestión. Experiencias que apuntan, por muy improbable que pudiera parecer (y por mucho que sea reacia a ello), hacia el vampirismo. Por si esto fuera poco, otra amenaza muy tangible se cierne sobre ellos, al ser objeto de la persecución de un hombre misterioso, que los empuja a una huida cada vez más desesperada, catalizadora de los cambios que acechan a la chica.

La historia se nos narra alternando el punto de vista de Emm y Sam, presentándosenos por tanto sus pensamientos por turno, enfatizando las complejidades de una relación donde queda mucho más en silencio de lo que se comparte. Este artificio nos permite en ocasiones examinar situaciones desde los dos puntos de vista y comprobar así en grado de comprensión mutua de los protagonistas (en general, no muy alto).

Igual de tormentosa es la relación sexual, un toma y daca punteado de deseo y malentendidos, que desemboca en una relación casi de dependencia mutua, ilustrando quizás el componente sexual del mito del vampiro (actuando por turno cual súcubo o íncubo, en un círculo de retroalimentación un tanto mórbido).

En el centro de todo ello se encuentra la transformación de Emm (¿su despertar quizás?), que se alimenta en cierta forma de la energía de Sam.

«La última sombra» es un retorno a la esencia del vampiro decimonónico, en la encrucijada entre violencia, sexo, muerte e inmortalidad. También opta por la insinuación antes que las respuestas explícitas, navegando por aguas ambiguas.

En contraste con sus fuentes de inspiración, sin embargo, no puede dejar de mostrar su condición de obra derivada, pues se nutre consciente e implícitamente de sus antecedentes románticos, ya sea «El vampiro» de Polidori o la «Lamia» de Keats, de un modo que por momentos llega a eclipsar al propio mito primario. En determinados pasajes, además, se introduje un paso intermedio adicional, «La fuerza de su mirada» de Tim Powers, de un modo que en ocasiones el protagonismo referencial se vuelve difuso, sin que quede bien definido el orden de prelación.

Estos pasajes (al igual que ciertas descripciones de Madrid, más propias de un madrileño como el autor que de una americana de paso, por mucho que hubiera vivido en la ciudad un tiempo como estudiante), restan un poco de solidez a la historia que, fiel a sus principios, tampoco cierra de forma inequívoca, dejando numerosos elementos apenas sugeridos (aquí también tengo que hacer referencia a ciertas revelaciones sobre Sam cuya ocultación hasta ese momento, habida cuenta que nos pasamos la mitad del libro espiando sus pensamientos, se antoja artificiosa en exceso).

«La última sombra» es una obra un poco a contracorriente (lo cual, habida cuenta de la dirección de dicha corriente durante los últimos años, es muy bienvenido). Rehabilita la figura romántica del vampiro. Romántica en el sentido gótico, en que el objeto de la fascinación es en última esencia la muerte, la última sombra, el misterio definitivo.

Esta novela fue finalista del premio Minotauro en 2011, y como ha venido siendo habitual ve la luz gracias a Grupo Editorial AJEC, a quien agradezco el envío de un ejemplar para su reseña en Rescepto.

~ por Sergio en marzo 30, 2012.

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