Tenebrae

Hace unas semanas, en la crítica a «10 billetes para el fin del mundo» comentaba cómo empezaban a proliferar las antologías auspiciadas por diversos grupos de escritores, organizadas muchas de ellas como tertulias literarias a la vieja usanza: foros donde compartir experiencias, buscar y ofrecer ayuda y trabajar por ir mejorando el estilo e ir abriendose camino en este complicado mundillo de la literatura de género. Hace unos meses se concretó uno de estos proyectos, de parte de uno de los grupos más activos, Sevilla Escribe, a través de la editorial Saco de Huesos, con la antología fosca «Tenebrae».

Tal vez antes de empezar a analizar la obra debería intentar definir qué es eso del género fosco. Lo cierto es que es un término un tanto impreciso, que engloba toda una serie de temáticas y atmósferas heredadas del terror, aunque no tienen por qué ser terroríficas en sí mismas. La literatura fosca se caracterizaría, por tanto, por su ambientación, medraría en la penumbra, se alimentaria de sensaciones como el pesar, la deseperanza, la nostalgia y, por supuesto, también el miedo.

Sin analizar a fondo el fenómeno, pienso que constituye una aproximación moderna a las fuentes de donde brotó originalmente el romanticismo y la literatura gótica, prescindiendo hasta cierto punto del lastre que supone una estética y una temática demasiado anquilosadas para seguir evolucionando (hasta cierto punto, porque como motivo de inspiración siguen estando presentes).

Pasando el volumen en sí, cuenta con ocho narraciones de otros tantos autores, algunos de ellos con cierta trayectoria ya dentro del actual panorama fantástico. En la valoración global, tengo que reincidir en la opinión ya expresada para volúmenes similares («10 billetes para el fin del mundo», sin ir más lejos): el nivel de excelencia técnica es muy superior a la originalidad narrativa. Es algo que en este caso me ha sorprendido un tanto, pues a algunos de estos autores los vengo siguiendo en otras publicaciones y sé que pueden dar más de sí. A tenor de las minibiografías adjuntas, tal vez sea una impresión que nazca de que la redacción de estos cuentos pueda predatar significativamente la de trabajos que han visto la luz con anterioridad.

Todo ello no es motivo para desmerecer la antología. Como he indicado, el nivel técnico es notable y las atmósferas están bien logradas. Pero con tantas lecturas entre pecho y espalda, cuesta sorprenderme (pero pasa, pasa, y si no os lo creéis, continuad leyendo).

Para demostrar la diversidad de estilos que pueden acogerse para el paraguas del género fosco, abre la antología «Bocado de dioses», de Francisco Jesús Franco, una muestra de humor negro en torno al mundo de la alta cocina parisina. El tono cómico está muy bien medido, para evitar caer en la parodia, quedando a un nivel más bien satírico. El relato hace burla implícita de la obsesión por el reconocimiento y del papel de la crítica culinaria, exponiendo cómo no hay que dejar que la moral se interponga en el camino de un buen plato.

«Absenta», de Juan Díaz Olmedo es el primero de los relatos que abordan la figura del fantasma. De nuevo, reviste gran importancia la ambientación (también parisinia), que busca rescatar, con una mirada levemente nostálgica, los círculos artísticos bohemios. Se trata de una historia de obsesión, cuya conclusión es fácil prever. La cualidad onírica del texto permea incluso más allá de las escenas puramente alucinatorias.

En «La ganga» Juande Garduño entrelaza dos grandes temas. Por un lado, uno clásico: el precio que estamos dispuestos a pagar (o hacer pagar a otros) por nuestro bienestar. Por otro, uno actual: la desesperación causada por la crisis económica en que nos hallamos inmersos. Es un relato correcto, con detalles ciertamente interesantes, pero que no acaba de tejer el aura de verosimilitud que necesitaría para provocar auténtica aprensión (los personajes son demasiado superficiales para los requerimientos del dilema moral empleado).

Manuel Mije es quien menos me ha convencido con «La huida». Tras disfrutar sus frecuentes colaboraciones con la revista Calabazas en el Trastero (o su aportación a la antología del Círculo de Escritores Errantes), esperaba algo mucho más potente. Por desgracia, tenía el relato (que podría adscribirse al subgénero de las recreaciones paranoides) descifrado a las tres páginas, y aunque esto no tiene el porqué conducir ineludiblemente a la pérdida de interés, lo cierto es que no llega a diversificar las líneas argumentales para mantener la atención a todo lo largo del texto.

Con «El insomne» Ángel Vela apuesta por la narración más estilística del volumen. La originalidad de la propuesta tampoco es excesiva, pero su brevedad permite centrar la atención en la forma antes que en el fondo. La narración se alambica, buscando jugar con conceptos y palabras para transmitir una sensación de amargura. Al igual que «La ganga», examina el concepto del sacrificio, aunque desde una vertiente (efectiva y moral) muy diferente. Falla, sin embargo, a la hora de diferenciar claramente las tres partes que la componen (cada una de ellas debería contar con un estilo narrativo propio).

Miguel Cisneros propone con «El viejo de plata» una historia con raíces mitológicas (de inspiración tartésica). Es, además, la única que toma la propia Sevilla como escenario, buscando destilar lo fosco de sus barrios y su historia. Las descripciones son potentes, aunque los diálogos resulten un tanto engolados. La resolución no acaba de resultar satisfactoria. Plantea muchos más enigmas de los que resuelve, y si bien no resulta necesario dejarlo todo bien atado, sí que hubiera agradecido algo más de concreción.

«El noctívago demacrado», de Alejandro Castroguer constituye el texto más experimental de la recopilación. En él se entremezclan (o no) dos hilos temporales, que tienen como protagonista a Lovecraft: agonizando por el cáncer que le mataría a los 46 años y como un niño de 13 años e imaginación hiperactiva, en cuyo espíritu empiezan a asentarse los parámetros que configurarían su obra. La originalidad del tratamiento radica en la conexión entre ambos escenarios, que tanto puede ser azarosa como premonitoria o ficticia (producto del delirio). Un cuento breve muy interesante, que merece más de una lectura.

Por último, Ernesto Fernández cierra el volumen con el relato más largo, titulado «El cazador de tigres», que da un nuevo vuelco a las preconcepciones y demuestra que en literatura no hay nada imposible, al ofrecer un magnífico cuento de fantasmas y ciencia ficción, siendo absolutamente fiel a las dos vertientes (y, aún más importante, siendo absolutamente necesarias ambas). El protagonista, Dante Malvasombra, es un mitofolklorólogo, un especialista en una ciencia que estudia el influjo de la cultura humana en las obras y la psique de los hombres. También es un «cazador de fantasmas», en el sentido que analiza y explica las manifestaciones paranormales como efectos inevitables (y corregibles) de los campos mitofolklóricos.

La narración arranca con la llegada de Dante a un gigantesco hotel orbital, antigua astronave de guerra, donde desde hace tiempo diversos testigos afirman haberse encontrado con el fantasma del capitán Algernon Bayrolles, héroe romántico, protagonista de una rebelión, que murió en aquellas cubiertas en circunstancias nunca bien explicadas un siglo antes.

¿Recordáis lo que comentaba al principio respecto a la originalidad? Vale, pues podemos tirarlo a la basura para el caso del anterior relato y, sobre todo, este último. La mitofloklorología, aunque suene un poco raro al principio, es una gran idea, y su desarrollo a lo largo del relato es ejemplar. Ciencia ficción de la buena, no sólo a nivel especulativo, sino por las reflexiones que propicia respecto a la contradicción de acabar destruyendo mediante el estudio aquello que te fascina (además, la personalidad del ordenador central es genial). Existe un pequeño detalle que no resulta demasiado difícil anticipar, pero tal conocimiento no le resta ni un ápice de interés, e incluso a la postre acabas ansiando que llegue la «revelación», no por lo que te va a descubrir, sino por saber cómo se desarrollará.

Me disculpo ante el resto de autores por centrarme tan a fondo en «El cazador de tigres». Tan sólo puedo alegar en mi defensa que es uno de los mejores  cuentos que he leído en mucho tiempo (y éste ha sido un año bastante bueno para la narración breve).

Agradezco a Saco de Huesos Ediciones el envío de un ejemplar de “Tenebrae” para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en marzo 2, 2011.

3 respuestas to “Tenebrae”

  1. Magnífica y trabajada reseña; se nota que has leído con atención el libro. Gracias por dedicarle este espacio y por las elogiosas anotaciones que le dedicas.

    Saludos

  2. Uys, qué cacofónica profusión de «dedicar»… Mis disculpas.

  3. Una variada antología muy bien leída por el que hace esta reseña, entiendo que por Sergio a secas. No conocìa el gènero fosco, ahora lo tengo màs o menos claro.

    Habrìa que leer Tenebrae, para tener una apreciaciòn objetiva.

    Saludos,
    Blanca Miosi

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