The castle of Otranto (El castillo de Otranto)

“El castillo de Otranto” es una de las obras más importantes de la historia de la literatura fantástica. Su influencia directa se extiende por más un siglo, desde finales del XVIII hasta recién entrado el XX. Habitualmente, suele circunscribirse esta influencia al género del horror sobrenatural, aunque no sería descabellado afirmar que su sombra se extiende sobre toda la literatura fantástica moderna.

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No es que sea una gran novela. De hecho, desde una perspectiva contemporánea, llega a hacerse por momentos incluso ridícula y pueril. Su mérito consiste en ser la primera, los cimientos (y el modelo) sobre el que se construyó la fantasía victoriana, al inaugurar el género gótico y poner con él de moda la ambientación medieval para historias que, según proclamaba el prólogo de su segunda edición, trataban de hermanar la semblanza de realismo de la pujante novela contemporánea (durante el siglo XVIII se vivió en Inglaterra un tremendo auge de la narración ficticia realista) con elementos fantásticos propios de la literatura medieval.

Su autor fue Horace Walpole, un lord inglés, político y enamorado de la historia y de las artes. Suya fue la primera mansión neogótica que se construyó en los alrededores de Londres (Strawberry Hill), inaugurando una moda que décadas después perlaría de construcciones similares las orillas del Támesis. En 1764, bajo seudónimo y empleando una imprenta ajena, publicó una obra titulada “The castle of Otranto, a story. Translated by William Marshal, Gent. From the original Italian of Onuphrio Muralto, Canon of the church of St. Nicholas at Otranto”, que pretendía ser la traducción de un original italiano de 1593, que a su vez transcribía una historia originada entre los siglos XI y XIII.

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La novela constituyó un éxito inmediato, cosechando además críticas muy favorables, lo que llevó a Walpole a revelar su verdadera autoría, así como el artificio que había hecho pasar una obra contemporánea por medieval (acortando el título a “The castle of Otranto, a gothic story”). El resultado, por supuesto, fue que los mismos críticos que la habían encumbrado por su originalidad y atmósfera comenzaron a denigrarla, acusándola de efectista, banal y ridícula… lo cual no fue óbice para que siguiera disfrutando de una enorme popularidad. Pronto, otros autores, tanto británicos como de la Europa continental, como Clara Reeve, Ann Radcliffe, Matthew Lewis, E.T.A. Hoffman o Charles Maturin, empezaron a adoptar elementos de “El castillo de Otranto”, haciendo evolucionar la literatura gótica, que siguió adaptándose a las corrientes imperantes durante el romanticismo y a lo largo de la era victoriana, desembocando en obras como “Drácula” de Bram Stoker (1897) o “El fantasma de la opera” (Gaston Leroux, 1910).

Las sensibilidades góticas siguen muy presentes hoy en día (reinterpretadas en géneros como el southern gothic o el urban gothic), pero dado que sería un tema que sobrepasaría en mucho la intencionalidad de esta entrada, dejaré el tema de la evolución del género para otra ocasión, pasando a centrarme en la trama de “El castillo de Otranto”.

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En una época indeterminada (entre la primera y la última cruzada), el príncipe Manfred de Otranto está a punto de casar a su único hijo, Conrad, con la joven Isabella, cuando un yelmo gigantesco cae del cielo y aplasta a su heredero, obedeciendo supuestamente a una maldición que pesa sobre la casa del príncipe. Lejos de mostrar el pesar lógico, Manfred (inspirado en el rey Manfredo de Sicilia), urde el plan maquiavélico de divorciarse de su mujer Hippolita para desposar él en persona a Isabella (y así afianzar sus pretensiones al señorío de Otranto, del que años atrás se hizo su abuelo, a la muerte de Don Alfonso, su legítimo dueño, por procedimientos poco claros).

A todo ello, un joven humilde (y aun así cortés y caballeroso), incurre en las iras del príncipe Manfred al cuestionar la procedencia del yelmo, y la trama se complica cuando por una serie de rocambolescas circunstancias este joven, Theodore, ayuda a Isabella a escapar en busca de la protección del abad Jerome, del cercano monasterio de San Nicolás, y al ser aprehendido de nuevo entra en contacto con Matilda, la no menos virginal hija de Manfred.

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Establecido el conflicto básico, con el príncipe tiránico, la joven damisela en apuros y el héroe de origen presuntamente humilde (todos ellos devendrían en arquetipos del género), Walpole se dedica a embrollar la trama con triángulos amorosos, insinuaciones incestuosas (la relación previa entre Manfred e Isabella era análoga a la de padre e hija), revelaciones sorprendentes (en un género en que, si hay un padre desconocido, es seguro que acabará revelándose a lo largo de la historia como alguno de los personajes), equívocos bienintencionados y melodrama para saturar tres telefilms de sobremesa. Todo ello aderezado, por supuesto, con la ocasional intromisión de lo sobrenatural.

Desde una perspectiva moderna los elementos fantásticos, incluidos originalmente para producir inquietud, son demasiado ridículos para ser tomados muy en serio, por lo que pesa más el tono cómico, bufonesco incluso, de algunos de los pasajes (en especial los que involucran a la servidumbre, específicamente introducida como alivio cómico en medio del drama y tragedia que viven los personajes principales). Se puede apreciar, además, la influencia de Shakespeare (en especial de “Hamlet”) en el tratamiento de los pasajes más efectivos (el fantasma de un antepasado surgiendo de un cuadro o el de un anacoreta cadavérico que abre el último acto), e incluso en el tono muy teatral de algunas escenas (con recursos tomados directamente del teatro clásico… incluyendo por supuesto la versión cristiana del manido deus ex machina).

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Por muchos estremecimientos que generara en su época, lo cierto es que “El castillo de Otranto” difícilmente podría encuadrarse hoy en día dentro del género de terror. Ello no le resta todo mérito, pero conviene saber lo que puede pedírsele a la novela.

¿Y qué podría ser? Por ejemplo, alguien interesado en la historia del género fantástico encontraría de lo más interesante este intento primerizo de entremezclar realismo y fantasía, de introducir los elementos míticos propios de los libros de caballerías medievales en una trama novelesca (tal y como empezó a entenderse por aquel entonces, aunque los antecedentes pueden rastrearse al menos hasta “El Quijote”, publicado más de siglo y medio antes). A lo largo de los siglos posteriores (y hasta hoy), se produciría un tira y afloja entre el realismo a ultranza y permisividad hacia los elementos fantásticos (con mayor preponderancia de uno u otro según época y lugar), pero la semilla, la posibilidad de dicotomía, fue plantada por Walpole en su novela.

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Alternativamente, los arquetipos que encarnan los personajes de «El castillo de Otranto» siguen estando vigentes hoy en día. La malevolencia del príncipe Manfred, la abnegación de la despreciada esposa Hippolita, el candor de las princesas Isabella y Matilda, la nobleza de Theodore, la intensidad trágica del abad Jerome… siguen siendo tan reconocibles hoy en día como hace doscientos cincuenta años, y Walpole se esfuerza por rizar el rizo y explotar al máximo las posibilidades melodramáticas del enrevesado tapiz que teje, sin dejarse ninguna puntada por dar. No se puede pedir mucho más en tan poco espacio.

La novela, en versión original, puede descargarse gratuitamente en su página del Proyecto Gutenberg.

Otras opiniones:

~ por Sergio en abril 12, 2015.

4 respuestas to “The castle of Otranto (El castillo de Otranto)”

  1. Impecable artículo, Sergio. Un gusto leerte, como siempre.

  2. Hola. Hace mucho que no me pasaba por tu blog. Me alegra volver a pasarme y encontrarme un artículo sobre este libro. Aquí te dejo mi propio artículo, algo más largo, sobre este libro. Si lo lees, deseo que lo disfrutes. Un saludo.

    http://alargamientocompensatorio.blogspot.com.es/2013/03/el-castillo-de-otranto-de-horace.html

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