El escondite de Grisha

Tras tres novelas, dos de las cuales se hicieron merecedoras del premio Celsius de la Semana Negra a mejor libro fantástico del año, Ismael Martínez Biurrun regresa a las librerías con «El escondite de Grisha», confirmando una proyección de la que no se adivina límite.

La novela nos narra la historia de Olmo, un bibliotecario gigantón, con un pasado sombrío, que acaba de entrar a trabajar en la sección infantil de una biblioteca pública madrileña. Allí conoce a Grisha, un niño retraído, de unos diez años, que acude todos los días y, de forma invariable, entra en una especie de trance durante el cual escribe lo que aparenta ser un diario en caracteres cirílicos. Lo más extraño del asunto no es que lo haga con los ojos completamente cerrados, sino que, pese a su ascendencia ucraniana, Grisha no conoce otro idioma que el castellano.

Poco a poco, salvando con delicadeza las barreras interpuestas, Olmo va involucrándose en el misterio de Grisha, un chaval que, a su edad, ya es doblemente huérfano (de sus padres naturales y de los adoptivos), acogido bajo la protección de un mafioso (antiguo amigo de su padre español) y que por las noches busca a hurtadillas la protección del póster del duende que pide silencio a la entrada de la sección infantil de la biblioteca (y que, por alguna misteriosa conexión, le protege de «los liquidadores»).

Con el desarrollo de los acontecimientos, se hace necesario bucear en sus orígenes para encontrar la fuente de su maldición, y esta línea de acción apunta a Ucrania, a unos 120 kilómetros al norte de Kiev, a la ciudad abandonada de Chernóbil y las tierras ponzoñosas que circundan el clausurado reactor 4.

La relación que se establece entre Olmo y Grisha es atípica. Más cercana a una mutua dependencia que a la jerarquía que sería de esperar dadas sus edades respectivas. Porque si bien Grisha vive sumido en una profunda crisis de identidad, pues la única pista que tiene sobre sus orígenes es la medalla de liquidador (así se llamó a los «voluntarios» encargados de la limpieza del desastre nuclear) de su padre… y el diario ucraniano, que describe una vida muy diferente a la suya, quizás la que le hubiera correspondido soportar en Ucrania, lo cierto es que Olmo acarrea sus propios fantasmas y el recuerdo de unos acontecimientos sin explicación que lo han dejado (o quizás sea ésta una condición preexistente) emocionalmente tullido.

Pecado y redención, enfermedad y cura, hechos y consecuencias se enmarañan, depositando sobre las jóvenes espaldas de Grisha un peso insoportable, heredado de unos padres que apenas conoce, que se manifiesta en amenazantes sombras nocturnas y que sólo podrá ser retirado abrazando su doble vital, el Grisha que pudo ser, corrigiendo a través del conocimiento un error trágico del que no es sino una víctima inocente. En cuanto a Olmo, no le resulta menos opresiva la necesidad, si quiere serle de ayuda a Grisha, de enfrentarse a sus taras internas, aquéllas que oculta ante los demás y ante sí mismo tras pantallas metafóricas para no verse obligado a procesar y analizar lo inconcebible.

He procurado ser un tanto críptico en mi análisis con tal de no arruinar la experiencia lectora, pues «El escondite de Grisha» no constituye en modo alguno una lectura de interpretación unívoca. Por añadidura, sería simplón (y un tanto arrogante) tratar de dar una respuesta directa a unos conflictos tan arraigados. Pese a su relativa linearidad, hay en la novela suficientes giros y subtramas (como la de Euge) para proporcionar más material de reflexión de lo que permite abordar la longitud de una reseña. Sin embargo, hay un detalle en el que me gustaría detenerme un momento, y es en la elección del accidente de Chernóbil como punto pivotal de la historia.

En esto, y no me parece casualidad, como trataré de defender en los siguientes párrafos, se asemeja a otra novela publicada recientemente en la misma colección, «Diástole«, de Emilio Bueso. Para los que rondamos la edad de Olmo, la fuga radioactiva de Chernóbil constituye un punto de inflexión, un hito en el desarrollo de nuestra percepción del mundo (similar, supongo a la crisis de los misiles cubanos para una generación anterior o al atentado de las Torres Gemelas para una posterior). El propio Olmo describe un recuerdo de telediarios hablando de patrones climáticos y previsión de los vientos, sobre un mapa de Europa manchado por tentáculos de amenaza radioactiva.

La temida contaminación nuclear no alcanzó físicamente España, pero el concepto de una nube tóxica, invisible, generada a miles de kilómetros de distancia (al otro extremo del mundo por todo cuanto sabíamos, más allá incluso del Telón de Acero), que podía obligarnos a quedarnos encerrados en casa, que incluso podía provocar enfermedades terribles, sí que caló. Y lo peor era que tan poco habíamos tenido que ver con su génesis como podíamos hacer por solventar la papeleta. En otras palabras: en este mundo a veces las cosas se tuercen sin más, y ante determinados desastres no importa lo que hagas, estás vendido. Una descripción tan buena como cualquier otra de la sensación de indefensión existencial que nos embarga en medio de un escenario político-económico empeñado en tratarnos como peleles sin voz ni voto (voto de verdad, no la pantomima que ejecutamos cada X años en las urnas).

Por último, no quisiera cerrar el análisis sin hacer una referencia al estilo. Está confirmado: Ismael lo ha conseguido; ha desarrollado por completo su propia voz narrativa. Es la voz que pudo apreciarse por primera vez en «Rojo alma, negro sombra», y que al evolucionar en «Mujer abrazada a un cuervo», para mi gusto, incurrió en pequeños excesos (como cuando se desequilibra el contenido de una bandeja y, si no se cuenta con experiencia, se tiende a sobre compensar). En «El escondite de Grisha», por contra, brilla sin deslumbrar, aplicando la intensidad justa a cada expresión, a cada metáfora, a cada vocablo, maximizando el placer puramente estético de la lectura. La próxima, por favor.

Agradezco a Salto de Página el envío de un ejemplar de «El escondite de Grisha» para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

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~ por Sergio en octubre 4, 2011.

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