Divergencia a más infinito

Las antologías de autor único constituyen una oportunidad inmejorable para introducirnos en su mundo, descubrir sus interes, sus obsesiones y constatar cómo evoluciona su estilo. Pueden ser tan diferentes como distintos estadios vitales y profesionales existen, pero en el fondo se asemejan en su franqueza. En una novela es factible esconderse detrás de la trama, los personajes o la ambientación, e incluso la más sincera exposición, en una construcción tan compleja, queda maquillada por la artificiosidad de la creación (entendiendo «artificio» no como engaño, sino como trabajo).

Los cuentos son otra cosa. En los cuentos no hay espacio ni recovecos para jugar al escondite con el lector. Lo que lees es lo que hay: fragmentos puros de estética (forma) y filosofía (fondo).

Con esto no quiero implicar que es posible llegar a entender por completo al escritor a través de una simple antología (o siquiera una colección de ellas). La transferencia de información no es perfecta. Aun sin contar con errores de transmisión, no existe un manual universal de decodificación. El lector interpreta lo leído a través de sus propios conocimientos y experiencias, lo que hace en la práctica que para cada persona la experiencia sea única y la imagen obtenida caleidoscópica.

No importa. A través de los cuentos el escritor mismo busca encontrarse, aplicando un filtro al mundo, imponiendo orden al caos, así que en realidad la imagen que el lector percibe no es la del autor de los relatos, sino la del mundo visto a través de su lente. Y como dicha lente tiene también mucho de espejo, lo que recibe es una instantánea de sí mismo, codificada por el escritor y reinterpretada a la luz de esa ordenación particular.

Quizás me he ido un poco por las ramas (y me he puesto un tanto pedante), pero a donde quería llegar era a que «Divergencia a más infinito» es una antología particularmente sincera, y también particularmente consciente de su sinceridad.

Es la segunda compilación de relatos de Fernando Lafuente (la primera, «La llama vital», data de 2002), y resulta complicado, si no imposible, clasificarla inequívocamente. Varios de los cuentos son de temática fantástica, pero incluso éstos oscilan entre la alegoría y el homenaje (aunque casi todos presentan en mayor o menor medida cierta intención alegórica). Las estructuras subyacentes proceden de la ciencia ficción (viajes en el tiempo, mundos extraños, ataques alienígenas…), el terror (maleficios, pesadillas, obsesiones…) y la cotidianeidad (teñida también de obsesión o rindiendo tributo a iconos culturales), e incluso las longitudes varían enormemente, entre el microrrelato de apenas una página y narraciones de extensión suficiente como para necesitar de estructura interna.

La temática es igualmente variada, aunque en todos los textos se aprecia un mismo interés disectivo, como si los cuentos fueran en realidad cuerpos tendidos sobre la mesa de autopsias, a merced del escalpelo del autor, quien con cortes precisos va desvelando capa tras capa de tejidos. En esta lección de anatomía, el objeto de estudio es el hombre, y por extensión la sociedad. La madurez filosófica queda de manifiesto en relatos como «Autopista» o «Crónika», y se percibe en la coherencia del conjunto.

La faceta formal, sin embargo, no me resulta tan satisfactoria. No por deméritos. A nivel técnico es impecable. Se trata más bien de cierta frialdad expositiva. Incluso a la hora de emplear recursos estilísticos elaborados, da la impresión de encontrarse todo tan férreamente controlado que no deja mucho espacio para la resonancia (o aplicabilidad más allá de la intención original del relato). En varios casos, las piezas van encajando con tan milimétrica precisión y de forma tan planificada que no resulta difícil preverlas antes de que entren en escena. En ocasiones un pulido excesivo puede privar de la satisfacción que confieren las texturas, y me da la impresión de que tal es el caso en muchos de estos cuentos.

La carga filosófica (o intelectual, si preferís este término) de la antología es muy superior a la estética, dejándola descompensada (de un modo exactamente inverso a como suele ser habitual). Así pues, pese a su brevedad, se trata de una obra que no conviene apurar de un trago, sino ir saboreando poco a poco (receta que, me temo, no he podido aplicar debido a mi apretada agenda de lecturas).

Agradezco a Grupo Editorial AJEC el envío de un ejemplar de «Divergencia a más infinito» para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en May 18, 2011.

4 respuestas to “Divergencia a más infinito”

  1. Gracias por tu crónica, Sergio: elaborada y constructiva como siempre. Me alegro de que la obra te haya parecido interesante y con buena carga intelectual (en palabras de David Jasso «un libro que no trata al lector de tonto»), aunque por atar fuerte los cabos el discurso te resulte un poco frío. De todas formas, tienes razón: no solo en el fondo, sino en la forma, los escritores tenemos nuestras etapas.
    Un abrazo.

  2. […] de Divergencia a más infinito, de Fernando Lafuente, en Rescepto indablog. […]

  3. esta lindoo

  4. Se agradece, Génesis.

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