El pequeño vampiro

Tengo el terror un poco abandonado en el blog. Tal vez sea porque mis gustos son muy clasicotes. Las tendencias actuales las conozco poco y, ¡qué caramba! me divierte más divagar sobre ciencia ficción. Sin embargo, de vez en cuando también conviene dedicar una entradita a otros géneros, que lo último que me gustaría sería encasillarme.

Así pues, hoy toca rendir homenaje a «El pequeño vampiro» de Angela Sommer-Bodenburg.

¿Cómo? ¿Que es un libro infantil?

Bueno, sí, pero… ¿qué importa eso? «El pequeño vampiro» (y el resto de libros de la serie) es una historia de miedo. Aun más: es una historia sobre el miedo y sobre la fascinación que ejerce en nosotros. Que esté dirigida a niños de 10 años no anula esto, en todo caso le confiere mayor valor. Asustar a personas hechas y derechas no tiene tanto mérito; estamos más acostumbrados a afrontar lo desconocido (tal vez no más preparados, pero sí con las herramientas psicológicas necesarias para fingir que lo dominamos). Para un niño el miedo es a la vez un atractor y un repulsor, es una experiencia fascinante y catártica que a menudo nos preocupamos por evitarle (basta con ver la evolución de los cuentos de hadas desde su creación hasta nuestros días). Nadie lo ha descrito mejor que James Barrie cuando hace que Peter Pan descubra el miedo (por su presumible futura muerte) para a continuación señalar: «Un segundo más tarde, estaba de pie sobre la roca, con su famosa sonrisa en la cara y un redoble de tambor en su pecho. Este redoble le decía; Morir ha de ser una aventura tremendamente grande».

Angela Sommer-Bodenburg lo descubrió pasándoles a sus alumnos de primaria unos textos para ver qué tipo de historia les atraía más y les podía incitar a la lectura. La historia ganadora fue la de un niño que recibe en su cuarto cierta noche la visita de un niño vampiro. El cuentecito se convirtió en 1979 en el primer capítulo de su primer libro infantil: «El pequeño vampiro», que fue el primer eslabón de una serie que ha cautivado a niños de todo el mundo durante casi treinta años (para un total de veinte volúmenes hasta el momento). En conjunto, ha vendido más de diez millones de ejemplares.

En España se presentó en sociedad de la mano de Alfaguara en 1985, y en los cuatro años siguientes se publicaron los ocho primeros títulos. Desde entonces, sigue siendo uno de los activos más importantes de la editorial y ya va por las 18 entregas, con varias reediciones (y ahora también en catalán y vascuence, con tres títulos cada uno y la previsión de completar la serie). También existe otra colección para Círculo de Lectores.

El protagonista de la historia es Anton, un niño al que «le gusta leer historias emocionantes y espantosas. Especialmente, le encantan las historias de vamprios, de cuyas costumbres está totalmente al corriente». Es un chaval de nueve años, solitario e introvertido, que se hace amigo de Rüdiger von Schlotterstein, un niño-vampiro de 150 años (como fue convertido siendo niño, seguirá así toda la eternidad, peor lo tiene su hermano Lumpi, que está destinado a ser por siempre adolescente). Junto con su hermana Anna la Desdentada (como era muy joven al ser vampirizada aún no le han salido los colmillos, así que se alimenta de leche), establece una relación de mutua fascinación y compañerismo con Anton.

La serie se escribió antes de la idealización postmoderna del vampirismo. Los chupasangres de Sommer-Bodenburg son monstruos clásicos, al menos superficialmente. Rüdiger y Anna, sin embargo, son casi tan vulnerables y asustadizos como Anton (aunque lo disimulan con cierta chulería). Su mundo no es bonito y agradable (viven en una mohosa cripta del cementerio y Geiermeier, el guardián, es un peligro constante) y su relación con un niño humano les permite recuperar en parte esa «normalidad» que les ha sido arrebatada y que se les niega en su familia vampírica (hermano, padre, madre, abuela, abuelo y tía).

Anton, por su parte, extrae de su amistad con los vampiros una conexión con lo fantástico y un hálito de independencia (de sus padres y de su vida cotidiana), además de, en no poca medida, la emoción del peligro cercano (se pasa casi todo el primer libro de susto en susto, pero aun así anhela más).

La novela es sencilla, muy episódica (está escrita para niños), pero resulta mucho más profunda de lo que parece a primera vista. Juega continuamente a crear una estimulante sensación de amenaza sobre Anton (es decir, sobre el lector), sin llegar nunca demasiado lejos (aunque no se corta en mencionar los hábitos alimenticios de los vampiros). Angela Sommer-Bodenburg, licenciada en pedagogía, sociología y filosofía, busca a través de los miedos y la fobias del pequeño vampiro (bien escondidas bajo una actitud rebelde) ayudar a los niños a liberarse de sus propios temores (según confesión de la autora en una entrevista).

La verdad es que no sé si lo consigue. Tan sólo puedo dar fe de que, de niño, te lo pasas de miedo leyendo las aventuras del pequeño vampiro (y de que releyéndolo de adulto puedes apreciar lo inteligentemente que están urdidas sus historias).

No puedo terminar sin hacer mención de los magníficos dibujos de Amelie Glienke que ilustran todos los libros y ofrecen una perspectiva a la vez cómica y aterradora de los personajes y las situaciones. Es difícil mantener el equilibrio adecuado entre ambos sentimientos, y más aún tratando con niños. «El pequeño vampiro» lo consigue a la perfección.

~ por Sergio en julio 23, 2009.