«Ultimátum a la Tierra», un mal buen remake

Este año le ha tocado a «Ultimátum a la Tierra», la mítica película de 1951 de Robert Wise, la hora de ser masticada y regurgitada para las audiencias contemporáneas (el experimento del año pasado con «Soy leyenda» se saldó con un fracaso relativo por culpa del acojone de los directivos, que metieron tijera y cambiaron el final a su antojo).

El encargado de reimaginar la historia de la visita de Klaatu a la Tierra para avisar al ser humano de que se ande con ojito ha sido Scott Derickson, que se ganó el derecho a probar con un viejo anhelo suyo gracias al éxito de su primera película exhibida en cines, «El exorcismo de Emily Rose» que en 2003 cosechó 140 millones en todo el mundo frente a un presupuesto de apenas 20. El guión corre a cargo del aún más desconocido David Scarpa (cuya única obra anterior, según IMDB es el libreto de «El último castillo» en el 2001). En el papel del extraterrestre, Keanu Reeves (justo a la altura de sus habilidades interpretativas), con Jennifer Connelly, Kathy Bates, Jaden Smith y John Cleese para completar el elenco de intérpretes principales.

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La película es un buen remake, desde el punto de vista de que sigue con cierta fidelidad el desarrollo de la original, actualizandola visual y técnicamente con maestría. La transformación del platillo volante en esferas tormentosas, el nuevo Gort, con una estructura basada en nanobots que dan forma a un gigante antropomorfo, y las habilidades alienígenas de Klaatu (con el interesante concepto de necesitar una conexión física, como cables, y fuentes de energía externas para llevar a cabo sus proezas) suponen hallazgos admirables. Sin embargo, al mismo tiempo, se equivoca por completo en replicar el espíritu de su predecesora.

La película de Wise pretendía sacudir a su audiencia. En una época en que las pelis de platillos volantes no eran más que burda explotación de la paranoia anticomunista, «The day the Earth stood still» se atrevió a abogar por el pacifismo y la unión de todos los pueblos de la Tierra frente a la advertencia de un ser infinitamente más poderoso que todas las armas atómicas de los arsenales. Cincuenta y siete años después, los responsables del remake eliminan el discurso final de Klaatu, aquel en que expone sin tapujos sus condiciones, porque «el público de hoy en día no admitiría que se le leyera la cartilla» (traducción aproximada de una contestación del director a la cuestión de por qué eliminó esta secuencia). Esta idea de huir de la polémica se aprecia también en aquello que se denuncia. Mientras que la obra de Robert Wise apuntaba contra el militarismo (hasta el punto que el ejército se negó a participar en la película) y la locura de la Guerra Fría (principios incuestionados por cualquier buen patriota americano que se preciara), Derickson y Scarpa han optado por el más facilón recurso del ecologismo, bajo la premisa de que al hombre medio americano no le gusta que le exijan sacrificios en bien de la naturaleza. De acuerdo, es un planteamiento válido, pero entonces, ¿por qué no se explora a fondo? ¿Por qué se mantiene a los militares como fuerza antagonista en vez de al contaminante hombre de la calle? ¿No comprendren que cambiar esa pequeña cuestión desbarata todo el discurso? Al americano medio no le choca que alguien defienda la ecología. De hecho, es algo muy de moda. Nadie va a sentir que sus principios se tambalean cuando le digan que hay que cuidar mejor del medio ambiente.

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Si querían renovar el discurso y mostrarse incisivos, hoy en día tenemos nuestro propio conflicto atípico: el enfrentamiento entre civilizaciones y la «guerra contra el terror» (así como los flagrantes atentados contra los derechos humanos cometidos en su nombre). ¿Tan difícil hubiera sido trabajar en este sentido? ¿O quizás hubiera resultado demasiado polémico? Hay que recordar que existe una inversión que recuperar, y en la mente de los directivos eso no se logra diciéndole a los espectadores lo que no quieren oír (algo de razón no les falta, después de ver cómo funcionó «Munich»). El resultado es una versión descafeinada de una historia que ha perdido toda su gracia. Nos han cambiado un qüisqui doble por un vaso de coca cola light. Te puede entretener, pero no te sacude ni te deja el menor regusto.

Algo similar ocurre a nivel visual. Tan correcta como es la dirección artística, no hay un solo plano que vaya a pasr a la historia del cine, ni ninguna frase demoledora (hay, de hecho, un par sonrojantes, pero bueno, en eso está por debajo de la media). Por no haber, no tenemos ni homenaje al icónico «Klaatu barada nicto», entre otras cosas porque hasta a Klaatu se le ha despojado de polémica. La figura del visitante del espacio como alegoría de Cristo (llega a la Tierra enviado por un poder superior, lo matan hombres que no aceptan su mensaje, pero resucita y demuestra su poder antes de regresar al lugar de donde ha venido; basta con comprobar el nombre elegido como seudónimo mientras visita al hombre de la calle: Carpenter, carpintero) brilla por su ausencia.

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Queda pues una obra palomitera, con bonitas escenas y unos magníficos efectos especiales de Weta Digital (tampoco demasiado ubicuos, que con 80 millones de presupuesto no daba para más). Una película aséptica, tan inofensiva como olvidable. Ni te arrepientes amargamente de haber entrado a verla, ni te felicitas por haberlo hecho. Los pequeños detalles friquis (el homenaje al Gort original y su empleo de máquinas autorreplicativas de Von Neuman como desenadenantes del Armagedón) sirven para soslayar los más evidentes agujeros (el personaje de Jennifer Connelly es astrobióloga como podría haber sido zurcidora), y para cuando empiezan a correr los títulos de créditos te preguntas si hacía falta volver sobre una historia que ya había sido contada con brillantez para no aportar absolutamente nada nuevo (y, peor, dar un paso atrás). Desde luego, no es un remake tan inútil como el de «Psicosis», pero sí resulta irrelevante en grado sumo.

A la altura de la actualización de «La guerra de los mundos», sólo que Derickson no es Spielberg, que incluso en sus peores películas es capaz de ofrecer escenas memorables.

Para el 2010 otro remake innecesario de un clásico de 1951: «Cuando los mundos chocan». ¿Con qué nos «entretendran» mientras tanto?

~ por Sergio en diciembre 21, 2008.

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