Speed racer, una genialidad chorra

Volvemos al desarrollo habitual del blog con el comentario de la última película de los hermanos Wachowski y del ínclito Joel Silver (uno de los pocos productores que han alcanzado el rango de estrella por méritos propios y que lleva suministrándonos chutes de adrenalina, basura de consumo rápido y alguna que otra genialidad desde principios de los 80). La verdad es que me ha costado decidirme, para el subtítulo de la entrada, entre «genialidad chorra» y «chorrada genial». Al final me he decantado por lo primero por una simple razón, la peli es entretenida gracias a su genialidad y pese a sus numerosos errores; asume varias decisiones que harán las delicias de un pequeño segmento del público y espantarán (a estas alturas ya no soy muy profético, basta con ver los resultados comerciales) a la inmensa mayoría. El problema es que los delirios tienen un mercado potencial reducido, y la visión de los Wachowski unas necesidades presupuestarias descomunales. Los dos condicionantes no cuadran, y los críticos hicieron creer a Andy y Larry (o Lana) con «Matrix» que eran la reencarnación (bipartita) de Orson Welles. La doble bofetada de Reload y Revolutions no los ha despertado y al fin y al cabo no perdieron tanto dinero como para que las productoras les retiraran la confianza por completo. Lo de ahora será distinto. Los Wachowski tienen una gran visión, pero necesitan desesperadamente ser controlados por un mano firme que mantenga las riendas bien tirantes.

«Speed racer», por ejemplo, nace torcida desde la misma concepción (hablo en particular de su actual forma, pues el proyecto lleva dando vueltas desde 1992, y hasta Johnny Depp estuvo contratado en su momento para hacer de Speed). ¿Qué es «Speed racer»? ¿Una película para niños, un subidón adrenalítico para jóvenes o una experiencia visual y visceral para friquis de todas las edades? Los responsables no parecen tenerlo muy claro, porque crean una historia para los primeros, con una imaginería y una acción para los segundos y un evidente sesgo hacia los terceros. Nosotros somos terceros y con la «capacidad» de disfrutar como perros de lo que se nos ofrece desconectado si es necesario del marco global. El problema es que somos demasiado pocos para justificar una inversión que se sitúa entre 100 y 120 millones de dólares. Ellos han ido descaradamente a por el mercado infantil e incluso en tiempos de la generación de las consolas y el síndrome de déficit de atención, como diría Jack Slater, eso ha sido un grave error.

Speed Racer póster

Vamos con lo bueno. Una vez más, los Wachowski empujan los límites del medio cinematográfico, tomando prestados en este caso elementos del mundo de la animación (la tradicional, ésa que casi está olvidada en favor del pseudorrealismo que ofrece el ordenador). Y no me refiero sólo al anime. Disney misma exploró a conciencia el mundo de los montajes surrealistas y la ruptura del plano cinematográfico en vívidos collages, sobre todo durante los números musicales de sus «clásicos» más recientes. Son recursos prácticamente vírgenes para el cine en imagen «real» y muy efectistas (aunque es posible que el gran público no esté preparado para aceptarlos así de sopetón). Como ejemplo de esta innovación, cabe señalar que los directores grabaron por separado personajes y fondos (siempre, no sólo cuando se requería un matte painting digital), de forma tal que ambos estuvieran correctamente enfocados. Así, al componer el plano, todo queda diáfano, como en un anime.

No es de extrañar, por tanto, que la inmensa mayoría de la película se haya rodado frente a la pantalla verde. Hace sólo nueve años, George Lucas nos sorprendía con unos decorados para «La amenaza fantasma» que no superaban la altura de un hombre, con todo el resto dejado al arte de los genios digitales. A día de hoy ya son varias las películas rodadas casi integramente en estudio y sin apenas decorados («Sky Captain», «Sin city», «300», «Speed racer»… o el precursor, un videojuego, «Wing Commander III» en 1994, con Mark Hamill, Malcom McDowell y John Rhys-Davies). Por ahora se utiliza para rodar escenarios muy particulares (y aplicando técnicas igual de novedosas), pero tal vez no esté lejos el día en que la pantalla verde sea la norma, incluso para las escenas más simples. Es una cuestión de economía; cuanto menos haya que mover a todo el equipo, mejor. Igual que pasó con la llegada del sonoro, habrá actores (y directores) que no sabrán adaptarse. En cuanto a los espectadores… bueno, pues también nos tendremos que adaptar (mejor acostumbrar, que nadie nos va a obligar) a la libertad creativa absoluta que supondrá este paso. Es como si, de repente, el lenguaje cinematográfico se hubiera encontrado con un millón de palabras nuevas con las que jugar. Sin duda surgirán engendros (no es que «Speed Racer» llegue a tal), pero también obras maestras impensables para los cineastas de la generación anterior. Diremos adios (o hasta luego) al hiperrealismo y, al menos al principio, habrá que tomar prestados recursos de otras artes visuales (el cómic, la pintura, la publicidad…). En «Speed Racer», por ejemplo, los Wachowski aprovechan para transformar la realidad y ambientar la historia en un universo propio, un delirio entre pop y modernista, con sus propias leyes estéticas, sociales e incluso físicas; un mundo donde tienen cabida los chimpancés adoptados, las cadenas de montaje en vertical, los circuitos imposibles, los pilotos vikingos o los helicópteros rosas. Claro que esto también es un punto en contra (desde la perspectiva comercial). No son pocos precisamente quienes son incapaces de asumir, aceptar y disfrutar un nuevo conjunto de reglas (algo que afecta, en general, a todo el fantástico, pero mucho más grave cuanto más cercano o arbitrario parece).

Speed Racer póster 2

Y ya que estamos, podemos pasar a los puntos negativos, que tienen que ver casi todos con la historia, que es de una gilipollez apabullante. Por favor, que alguien les presente a los Wachowski un buen guionista, aunque sólo sea para reescribir los diálogos o para señalarles que ése monólogo que consideran tan profundo en realidad es una chorradita que podría soltarse en la cuarta parte de las palabras. Relacionado con esto, el ritmo también se resiente a veces. 135 minutos son demasiados para una película sobre coches de carreras y punto. Las subtramas familiares y de intriga son tan insustanciales que todo el tiempo dedicado a desarrollarlas se transforma en tiempo perdido (podrían haber sido una buena idea, pero no con el enfoque «para niños» asumido). Más grave aun resulta el hecho de que las carreras carecen de auténtica emoción. Son tan alienígenas e inverosímiles que en ningún momento llegas a identificarte con Speed (la cara de palo del ¿actor? tampoco ayuda demasiado). Por lo menos, logran soslayar un gran problema de este tipo de empresas, que es la confusión absoluta (sobre todo, gracias al juicioso empleo de la cámara lenta), pero las carreras parece ganarlas porque sí (porque es el prota), y además con el resultado fijado de antemano (siempre lo está en este tipo de películas, el truco consiste en disimularlo). Resulta sintomático que los directores sean incapaces de despertar un gramo de emoción, ni siquiera prescindiendo de Keanu Reeves.

En resumen, «Speed Racer» es una película divertida, espectacular y colorista (lo que los anglosajones llaman «eye candy»), aunque también más somera que la piscina de Petete y por momentos dando la impresión de que no es consciente de ello. Añadamos a la mezcla la esquizofrenía con que escoge su público objetivo y el hecho de encontrarse en vanguardia de un nuevo estilo cinematográfico y tenemos la receta perfecta para un batacazo en taquilla. No es una buena película, pero no todas las películas tienen que ser buenas para que nos gusten. Los aciertos compensan en nuestro caso con creces las deficiencias, así que no tenemos reparos en concederle el sello de aprobación de Rescepto.

~ por Sergio en May 14, 2008.

5 respuestas to “Speed racer, una genialidad chorra”

  1. Pues si, es una película para frikis…y para frikis de 30 y 40. Un público escaso…apuesta riesgosa o malos calculadores los hermanos guachosky.

    Esta frase es memorable, una gran verdad:
    «No es una buena película, pero no todas las películas tienen que ser buenas para que nos gusten.»

  2. Malos calculadores. Según propia declaración pretendían llegar a un público más amplio que con la trilogía de Matrix (el mismo explotado por Michael Bay con “Transformers”) y han conseguido exactamente el efecto contrario.

  3. Me encanta esta película, es una de mis preferidas xD

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