Harry Potter y la adaptación del fénix

 

Ayer el Team Rescepto al completo acudió a ver la más reciente película de Harry Potter, y éste es un motivo tan bueno como cualquier otro para desbarrar un poco sobre adaptaciones.

La serie del colegial mago supone un ejemplo paradigmático en cuanto a traslación de textos (y textos fantásticos) a la gran pantalla. Tenemos por ahora cinco películas, con cuatro directores diferentes y dos guionistas, realizadas con los mismos actores en un intervalo de siete años. Es decir, un ejemplo perfecto para estudiar el difícil arte de la adaptación cinematográfica, analizando los aciertos y errores, los escollos y el impacto comercial en un campo muestral lo suficientemente homogéneo como para que las conclusiones sean significativas.

Para el proyecto en su conjunto, cabe destacar la fuerte implicación de la autora, J. K. Rowling, en el proceso creativo. Cuando llegó el momento de negociar la cesión de derechos, se encontraba en una posición de suficiente fuerza como para imponer sus condiciones (y con suficiente habilidad como para cristalizarlas en la práctica, algo que no todos los escritores logran). A resultas de esta peculiaridad, la autora siempre se ha mostrado satisfecha con las adaptaciones y ha ofrecido su apoyo tanto técnico (en lo referente al casting de actores, asesoramiento para la escritura del guión…) como promocional. La asociación ha sido mutuamente provechosa. El estudio se ha encontrado con una periódica fuente de beneficios seguros y Rowling se ha convertido en la mujer más rica de Inglaterra. En el proceso, nos hemos encontrado con una serie que ya va por la quinta entrega y que mantiene a la perfección el tipo. Todos salimos ganando (lo cual demuestra que contar con la opinión del progenitor intelectual de una historia, que al fin y al cabo es el que la ha hecho especial, sale rentable).

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Comentando primero la última entrega, «Harry Potter y la orden del fénix», que después de todo es la actual, tenemos que indicar que nos parece la segunda mejor adaptación tras «El prisionero de Azkabán» de Alfonso Cuarón. No deja de resultar sorprendente dada la elección de un director acostumbrado a proyectos muy diferentes para la televisión (tanto en magnitud como en enfoque) y a la desvinculación (puntual) del guionista «oficial». La película consigue mostrar lo esencial del libro (que recordemos que es un tocho), centrándose en la evolución de los personajes. De vez en cuando deja alguna subtrama un tanto deshilvanada (quizás hubiera agradecido un cuarto de hora más de metraje), pero lo compensa con una renovación visual y conceptual del mundo mágico, logrando lo que no consigue la propia Rowling, adecuar el tono de la historia a la edad de sus protagonistas y hacer progresar adecuadamente la sombra de amenaza que surge al final de la cuarta entrega. Claro que, para conseguirlo debe sacrificar bastantes cosas; muchas de las que proporcionan el «sabor» particular de la fantasía que nos han mostrado en las películas precedentes. El director lo sabe, y por ello procura, a través de referentes visuales, establecer un vínculo con lo que ya hemos visto, aprovechándolo como los cimientos sobre los que edificar su visión (en particular, utiliza elementos ambientales de la primera entrega y recursos visuales de la tercera, como sus travelings a través de cristales o la arquitectura del propio Hogwarts).

Pero pasemos ya a analizar las adaptaciones.

En el 2001 llegó la primera, «Harry Potter y la piedra filosofal», dirigida por Chris Columbus (convenció a los productores escribiendo un tratamiento del guión y gracias a su experiencia previa con el guión de «El secreto de la pirámide»). La película inaugural de una serie es siempre la más crítica. De su éxito o fracaso depende el que el proyecto arranque o se hunda. Quizás por ello decidieron apostar sobre seguro, con un director bien probado en el campo de los megaéxitos infantiles («Sólo en casa», «Sra. Doubtfire»). Claro que también había demostrado buena mano para machacar sin piedad el material de partida en una adaptación («El hombre bicentenario»).

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El resultado de su implicación en el proyecto cabe analizarlo a dos niveles. Por una parte, en la vertiente visual y ambiental, sólo puede calificarse su labor de sobresaliente; él (y su equipo de producción) consigue extraer la esencia del mundo mágico de Rowling y llevarlo a la pantalla. Sin embargo, en lo que respecta a la historia, peca justo de lo contrario que condenó su adaptación de Asimov, trata de ser tan fiel al texto que logra algo que no es una película, sino una versión animada del libro. Pese a lo que pudiera presuponerse, el exceso de fidelidad no es algo bueno. El lenguaje cinematográfico es distinto del literario, y cada cual precisa de su propio ritmo y cuenta con sus propios recursos; por ello se le llama «adaptación» y no «trasposición». Por fortuna (para el devenir comercial del invento) el público objetivo no resultaba particularmente crítico con esta circunstancia, y el diseño, la buena elección de actores (en especial todo el cuerpo de profesores), la música (otro clásico inmediatamente reconocible de John Williams), el simple y reconfortante maniqueísmo de la trama y  la Pottermanía llevaron a una producción de 125 millones $ de presupuesto a recaudar 975 en todo el mundo (fue también una de las primeras películas en demostrar el crecimiento del mercado internacional, en detrimento del norteamericano, en cuanto a importancia porcentual).

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Lógicamente, dados los excepcionales resultados, las riendas de «Harry Potter y la cámara de los secretos» volvieron a las manos de Columbus, lo cual fue un error, ya que todos los problemas descritos se acentuaron, y la novedad ya no bastaba para sustentar el invento. Tampocó ayudó que el libro sea el más flojo de la serie, que le bajaran el presupuesto a 100 millones (descubriendo en el proceso cuál era el límite inferior para obtener un buen producto) y las comparaciones odiosas con la otra secuela de un megaproyecto del año (aka Dobby vs Gollum). En cualquier caso, para lo que nos ocupa en esta entrada, podemos etiquetar la película como otra mala adaptación por exceso de fidelidad. Todo esto se notó algo en la recaudación, que se «limitó» a 876 millones en todo el mundo (ya hablaremos de una particularidad del asunto para la siguiente película).

A partir de aquí, Columbus sale de escena (la versión oficial es que fue por propia iniciativa, agotado por el esfuerzo de sacar una película al año) y los productores se encuentran con el papelón de buscarle un sustituto que insuflara nueva vida a la serie. El elegido, para sorpresa de todos, fue Alfonso Cuarón (que a la sazón contaba con unos pocos proyectos mejicanos, «La princesita», una adaptación un tanto atípica de «Grandes esperanzas» y el éxito internacional, pero poco infantil, de «Y tu mamá también»). Sin embargo, el resultado demostró que no se habían equivocado al confiarle 130 millones de dólares. «Harry Potter y el prisionero de Azkabán» es la primera película de verdad de la serie. Es decir, asume las diferencias entre el medio escrito y el visual y no sólo eso, sino que las aprovecha para lograr la perfecta transición entre ambos. Lo curioso del caso, es que el guionista es el mismo que en las anteriores entregas, lo que pone de manifiesto la importancia del director como alma mater de cualquier proyecto cinematográfico.

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Por si alguien se lo preguntaba, sí, consideramos que ésta es la mejor entrega de la serie. Cuarón tiene un ojo maestro para hacer más real y cercano el mundo de Hogwarts sin que pierda su magia. Además, posee la capacidad de crear escenas singulares aprovechando los recursos propios del séptimo arte, del mismo modo que un buen escritor utiliza las estructuras gramaticales con el mismo efecto. En resumen, una adaptación modélica.

Sin embargo, pese a todas nuestra alabanzas que podamos hacerle, lo cierto es que la película es la menos exitosa de la serie («sólo» 761 millones). Aquí hay que considerar un par de detalles. Primero, se cambió el patrón de distribución, convirtiendo un estreno prenavideño en otro veraniego, pero, más importante, el desempeño comercial de una película en una serie está fuertemente influenciado por el impacto crítico de la precedente. Es decir, tuvo que combatir el desengaño (relativo) que supuso «La cámara de los secretos». En cualquier caso, supuso una jartá de beneficios y, sobre todo, gracias a las buenas críticas resucitó comercialmente el proyecto, haciendo viable la meta de llegar a la séptima entrega (algo que hubiera estado en peligro de continuar la sangría de millones).

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Dado que los productores no deseaban más retrasos, y como había salido tan bien el invento, se cambió de nuevo el director para la cuarta película, cuya preproducción se inició antes de que concluyera la postproducción de la de Cuarón. El elegido fue de nuevo atípico, Mike Newell, conocido principalmente por «Cuatro bodas y un funeral» y encargado de aportar un toque británico al conjunto. Se trataba de una entrega que también tenía su miga, ya que marca un punto de inflexión en el tono de la historia, lanzándola hacia territorios más oscuros, con la aparición de Lord Voldemort en persona (gran adición de Ralph Fiennes). Pese a sus loables intentos en el campo de la renovación visual (quizás llevados demasiado hasta el extremo de hacer desaparecer la magia), lo cierto es que como adaptación no termina de funcionar. Es cierto que el grosor del libro ya es más que considerable, pero eso no es excusa válida para que el resultado final parezca al mismo tiempo apresurado y parsimonioso. Los tijeretazos a la historia son demasiado burdos, y la decisión de centrarlo todo en el torneo de los tres magos, obviando el resto, priva a la película de un ancla narrativa, convirtiéndola en una sucesión de escenas. No llega a los extremos de artificialidad de las dos primeras, pero supone un gran paso atrás respecto a la tercera. Así pues, «Harry Potter y el caliz de fuego» queda como un episodio de transición, que no destaca ni por aspectos negativos ni por positivos. Una adaptación aceptable pero incapaz de alcanzar todo su potencial.

¡Ah, sí! Recaudación. Bien, como decíamos con anterioridad, la serie remonta de nuevo el vuelo: 892 millones en todo el mundo.

Dos años después, nuevo director, el absoluto desconocido David Yates (proveniente del mundo de la televisión), con un presupuesto de 150 millones (el mismo con el que contó Newell). Además, nuevo guionista, Michael Gonderberg, que sustituyó al habitual de la serie, Steve Kloves, y tuvo que enfrentarse a varios problemas muy serios. Para empezar el tocho es, con diferencia, el más grueso. Una adaptación al estilo de «La piedra filosofal» hubiera requerido nueve o diez horas de metraje. Además, estando tan avanzados en la serie, nos encontramos con una superpoblación de personajes (algunos se ven limitados a meros cameos, pero no pueden ser dejados de lado). La mejor solución: mirarse en el espejo de la mejor película, «El prisionero de Azkabán», y acometer con cierta osadía la tarea de distanciarse del original cuando sea necesario para conseguir una película digna. Para finalizar con este somero análisis, se podría mencionar que el diferente enfoque de la adaptación se debe tanto a la labor del nuevo director como a la visión que aporta el nuevo guionista, cuyos proyectos hasta la fecha se han venido apoyando más en las relaciones entre personajes que en los grandes escenarios y sofisticados efectos infográficos.

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El resultado es muy notable. Quitando los problemas comentados al principio de esta entrada (que debe ser ya la más larga del blog), se logra un magnífico producto, tanto analizado como largometraje independiente como engarzado en un proyecto mayor. Rowling misma ha comentado que es su película favorita, y eso que se toma bastantes libertades, en especial en una espléndida batalla mágica hacia el final. Quizás haya reconocido esos aspectos que comentábamos en que el discípulo ha superado a la maestra. En fin, otro buen ejemplo de cómo llevar una historia del papel a la gran pantalla. Por ahora, la apuesta está respondiendo en taquilla.

Si deseáis conocer más sobre cuestiones económicas de la serie, os recomiendo una magnífica página dedicada a ella en Boxofficemojo.

Y por si os preguntabais cuál consideramos la adaptación perfecta, basta con que sigáis este enlace.

~ por Sergio en julio 14, 2007.

2 respuestas to “Harry Potter y la adaptación del fénix”

  1. Una cosa que me llama mucho la atención es el trabajo de los actores adultos que se toman las películas muy en serio, cosa bastante poco habitual en los films juveniles. Y que parece que de dentro de algunos años a los actores ingleses los podrán dividir entre los que salieron en Harry Potter y los que no.

  2. Quizás tenga más que ver con la seriedad del proyecto en sí. Porque vamos, ¿quién es capaz de tomarse en serio cosillas como «Dungeons & Dragons»?. Más curioso me resulta el hecho de que tanto actor con caché se avenga a pringar cada pocos meses en papeles que son poco más que un cameo (véase, Emma Thompson).

    Será interesante ver cómo lo enfocan los intérpretes adultos de «La brújula dorada» (Nicole Kidman, Daniel Craig, Eva Green, Kevin Bacon, John Hurt, Eric Bana… ¡Pedazo reparto!).

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