El planeta de Shakespeare
Una carrera tan dilatada como la de Clifford D. Simak, que se extiende desde 1931 (el año en que vendió su primer cuento a una revista pulp) hasta 1986 (año de la publicación de su última novela), por fuerza ha de ser variada. Desde escribir solo relatos (antes de la Segunda Guerra Mundial) a alternarlos con novelas durante los años cincuenta y sesenta, terminando por limitarse a un par de relatos y alrededor de una novela al año durante los setenta y principios de los ochenta. De igual modo evolucionó su estilo, desde ser uno de los escritores más característicos de la Edad de Oro a coquetear con la New Wave en sus últimas décadas.
A lo que nunca renunció es a una visión profundamente humanista de la ciencia ficción, con un enfoque que a menudo, y no siempre de forma correcta, se ha calificado de pastoral, simplemente porque no busca tanto el conflicto como el entendimiento con lo desconocido, abrazando la otredad con un espíritu auténtica y literalmente cosmopolita, desde (eso sí) una cierta reivindicación de la sencillez. Sin ser, ni mucho menos, uno de sus títulos más reconocidos, «El planeta de Shakespeare» («Shakespeare’s planet», 1976) constituye un magnífico ejemplo de todas estas características… matizada por la madurez (no solo profesional, sino sobre todo vital) del escritor (que contaba por entonces con setenta y un años).
Carter Horton es revivido tras un viaje de mil años a través del espacio en busca de un planeta adecuado para la vida terrestre, a bordo de una nave cuya consciencia es una amalgama de tres mentes humanas (un monje, una gran dama y un científico). El dispositivo de sueño frío de sus tres compañeros ha fallado durante el viaje, así que ahora se encuentra con la única compañía de Nicomedes, un robot de apariencia sencilla, pero con una gran versatilidad al poder equipar diversos mods que lo transforman en especialista de forma temporal.
El planeta encontrado, pese a ser más que apto para la vida terrestre, se encuentra en apariencia casi deshabitado, contando únicamente con una inteligencia, la de Carnívoro, un supercazador que llegó allí a través de un sistema de puertas de teleportación que ahora no le permite irse. El Shakespeare del título es otro humano atrapado allí por el mismo error del sistema de teleportación, que a petición propia fue devorado por Canívoro, dejando tras de sí únicamente un tomo de las obras completas del Shakespeare histórico, garabateadas con sus pensamientos.
Sobre esta base, Simak va añadiendo y contemplando diversos misterios, como qué es y cómo funciona (y quién lo construyó) el sistema de teletransporte, quiénes dejaron atrás una serie de ruinas polvorientas, cuál es la naturaleza de la Charca (un estanque maloliente de un líquido que no es agua) o qué provoca la hora de Dios, un evento diario que afecta a toda inteligencia orgánica y la hace sentirse examinada y colmada por una irresistible fuerza exterior.
Poco a poco, además, van añadiéndose nuevos motivos y personajes al drama, como con la llegada a través del portal roto de Elayne, una cartógrafa voluntaria del sistema de puertas, con la manifestación de la inteligencia de la Charca o con el hallazgo de una criatura-dragón congelada en el tiempo en el interior de una las antiguas edificaciones. Y mientras todo esto se desarrolla, las tres personalidades de Nave, cuyo propósito final es la fusión en una única entidad de intelecto puro, reflexionan sobre lo que descubren y, sobre todo, hacen auto examen.
«El planeta de Shakespeare» es un libro extraño en el que ocurren pocas cosas y casi todas ellas surgiendo de un modo aparentemente aleatorio y resolviéndose en cuestión de muy pocas páginas. Si tuviera que proponer una exégesis, diría que se trata sobre todo de una novela filosófica, que toma como excusa los personajes y situaciones para meditar sobre multitud de cuestiones: la vida y la muerte, el sentido de la existencia, la civilización humana (en sus aspectos positivos y negativos), el futuro de nuestra especie, el universo, la inteligencia, el anhelo por el hogar perdido y la pérdida de las raíces. En otras palabras, se trata de una novela profundamente existencialista, en la que no importa tanto lo que ocurre y a quienes le ocurre como las ideas que suscita o las preguntas que genera (porque respuestas, lo que se dice respuestas, pocas e incompletas).
En cuanto al título, la referencia al Bardo Inmortal no se me antoja completamente gratuita. Aparte de una serie de motivos concurrentes como la calavera de Shakespeare (el viajero humano), que retrotrae a «Hamlet», una rosa tatuada que podría hacer referencia a uno de los versos más conocidos de «Romeo y Julieta» o la naturaleza bestial de Carnívoro, quien bien podría considerarse una iteración del Calibán de «La tempestad» (y seguro que un experto sería capaz de identificar más motivos), podría ser una pista para darnos a entender que «El planeta de Shakespeare» debería interpretarse como un remedo en prosa novelada de una obra de teatro. De ahí la contención en cuanto a escenario, el cúmulo de coincidencias que juntan en ese mismo espacio físico a personajes tan diversos y que llevan a una resolución largo tiempo pospuesta e incluso la función de los segmentos en los que las personalidades de Nave debaten entre sí, proporcionando unos interludios tradicionalmente reservados al coro en las representaciones dramáticas.
A este respecto, posiblemente el lenguaje empleado por Simak podría darnos una pista sobre las intenciones estilísticas y filosóficas del autor. Por desgracia, la traducción en la que he leído la novela deja bastante que desear y tengo la sospecha de que por su culpa se pierden muchas sutilezas.
Puedo ver claramente que «El planeta de Shakespeare» no es una obra que pueda recomendarse a la ligera y estoy seguro que ahí donde yo encuentro reflexión, otros solo hallarían desvaríos inconexos. Sin embargo, en este momento vital en concreto en que me encuentro, es una novelita que ha resonado con fuerza en mi interior y que pone por escrito, de forma necesariamente personal e imperfecta, pero aun así reconocible, pensamientos, dudas o preocupaciones con los que puedo identificarme y eso es valioso. Ostenta, además, la virtud de la brevedad, y ante tochazos ingentes que no tienen nada que contar, me quedo mil veces con un título que por lo menos intenta esbozar un poco de estructura en el inefable caos que es la naturaleza humana.
Otras opiniones:
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De cabeza a Iberlibro!!! Maldito Sergio.
Provocando mermas del presupuesto desde el 2007 (al menos este sale barato).