Estación de Abercrombie

En 1976, tras unos treinta años de carrera y (aparte de numerosas novelas) cerca de noventa relatos y novelas cortas publicados (treinta de ellos en series como la de «La Tierra Moribunda«), se le propuso a Jack Vance que seleccionara sus ficciones breves favoritas para conformar una antología titulada «The best of Jack Vance». Este volumen contenía seis narraciones, tres novelas cortas y tres cuentos largos, publicadas originalmente entre 1952 y 1973: «Velero 25», «El último castillo» (premio Hugo y Nebula), «La mariposa lunar», «El retiro de Ullward», «Estación de Abercrombie» y «Rumfuddle» (curiosamente, Vance no incluyó su otro premio Hugo, «Hombres y dragones»). En España, como ocurre a menudo y aunque el volumen no era extraordinariamente grueso, la antología se dividió en dos volúmenes publicados por Libro Amigo de Bruguera, uno manteniendo el título de «Lo mejor de Jack Vance» y el segundo bajo la denominación conjunta de «Estación de Abercrombie».

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Al contrario de lo que nos invita a creer la introducción de Carlo Frabetti, los tres textos de «Estación de Abercrombie» no tienen nada que ver con sociedades exóticas en extraños planetas (lo cual fue sin duda el fuerte de Vance, poniéndose de manifiesto en la mayor parte de sus novelas), sino que presentan planteamientos inicialmente más «terrenales», mostrando sociedades lo bastante cercanas como para servir de reflejo más o menos distorsionado a la contemporánea.

«El retiro de Ullward» («Ullward’s retreat») es un relato que había sido publicado originalmente en el número de diciembre de 1958 de la revista Galaxy. Aunque superficialmente aborda un tema serio como el de la superpoblación (adelantándose en unos años a las grandes distopías sobre el particular), su enfoque es sobre todo satírico. En un planeta en el que el espacio vital es un bien escaso, con las familias normales obligadas a vivir en cubículos minúsculos, el personaje titular hace ostentación de su «rancho» ante un grupo de «amigos». El rancho no es sino una estancia de unos trescientos metros cuadrados con un sistema de pantallas murales que proporcionan la ilusión de espacio abierto y un bioma artificial simple, recreado con exquisito cuidado para dar la impresión de aire libre. La alegría de Ullward, sin embargo, se ve empañada cuando se entera de que es posible escriturar todo un planeta y no para hasta lograr el alquiler de todo un continente para su exclusivo disfrute. Bueno, exclusivo sin contar con las visitas de «amigos», porque ¿de qué sirve una posesión singular si no puedes alardear de ella?

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Vance hubiera podido explorar los problemas de la sobrepoblación y el agotamiento de recursos, pero nunca tiraron por ahí sus intereses. Él solía utilizar lo exótico como medio para reírse del ser humano y en «El retiro de Ullward» satiriza sin piedad la superficialidad de la sociedad de su época. Lo que tendría que haber sido su gran éxito social, se convierte en un fiasco porque aunque el continente es inconmensurablemente superior a su rancho, las visitas están tan acostumbradas a lo artificial que no pueden disfrutar del entorno por lo que es y no hacen más que quejarse de las triviales limitaciones que le ha impuesto el arrendador. Por desgracia, esa misma superficialidad que critica podría achacarse al relato, que evita con cuidado cualquier mínimo riesgo de profundizar en exceso.

La novela corta que da título al (sub)conjunto es el texto más antiguo de entre los seleccionados por Vance, pues se publicó originalmente en el número de febrero de 1952 de Thrilling Wonder Stories. La protagonista de la historia es Jean, una joven (dieciséis o diecisiete años, menor de edad en cualquier caso) huérfana, endurecida por la vida, que acepta el misterioso encargo de viajar como mujer de servicio a la Estación de Abercrombie, uno de los retiros orbitales para los super ricos, seducir y casarse con Earl Abercrombie, el actual dueño de la estación. Luego, tras la (prevista) pronta muerte de su esposo y tras heredarlo todo, ha de vendérselo a su empleador por un millón de dólares. Llegada a su destino y tras la primera toma de contacto con el Estación y sus habitantes, descubre que las cosas no van a ser tan fáciles como se las han pintado, porque ciertamente el joven Earl tiene un aspecto y unos hábitos un tanto extraños… y eso no tiene nada que ver con que sea un hombre delgado en un entorno sin gravedad en el que los acaudalados residentes han adoptado como norma estética una obesidad extrema.

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«Estación de Abercrombie» presenta un deje clásico a pulp policíaco, con una protagonista cercana a la imagen de mujer fatal de la novela negra de los años treinta. A ello se le añade cierto tono de comedia screwball y unas pinceladas (actualmente incómodas por la edad de la protagonista) de erotismo ligero, lo que va dando paso a un misterio no demasiado bien hilvanado que ha de desentrañar Jean si quiere conseguir su dinero. En medio de todo ello, los elementos de ciencia ficción están embutidos con muy poco cuidado por la coherencia interna, aunque en honor a Vance ha de decirse que logra justificar el uso de todo ello en una resolución demasiado tramposa para pensar demasiado en ella. Como ocurre con «El retiro de Ullward», los elementos con más potencial especulativo (esa sociedad alternativa de obesos que contempla a los hombres y mujeres de gravedad, es decir, de clase baja, con desdén e incluso cierta piedad horrorizada) son tratados con absoluta ligereza.

Pese a que hoy en día no dice mucho. En su momento fue notable por el protagonismo que concedía a una mujer, apartándola de los clásicos papeles estereotipados de damisela en apuros o recompensa romántica (lo cual no quita que siga siendo en buena medida una fantasía adolescente, de las que servían para ilustrar portadas y vender ejemplares). Seis meses después Vance publicó en la misma revista una secuela, «Cholwell’s chickens» (inédita en español), en la que Jean, tras obtener su dinero, se propone descubrir quiénes fueron su padres y por qué la abandonaron. Ambas historias se publicaron conjuntamente en un número de ACE Double como «Monsters in orbit» (constituyendo la otra mitad del volumen, «The world between and other stories», una miniantología con cinco cuentos del propio Vance).

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Hasta ahora no hay mucho que resulte realmente recomendable y si esto fuera realmente lo mejor de Vance, la verdad es que dejaría mucho que desear (muchas veces el autor no es el más indicado para realizar este tipo de selecciones). Por suerte, «Rumfuddle» es algo completamente diferente. Se trata de una novela corta escrita por encargo para la antología coordinada por Robert Silverberg «Three trips in time and space» (1973, junto con aportaciones de Larry Niven y John Brunner) y ciertamente cumple con la premisa insinuada por el título.

En un futuro indeterminado, un científico, Alan Robertson, ha inventado un método ultraeconómico para abrir portales hacia cualquier lugar o tiempo. Bueno, hacia cualquier lugar y tiempo con la salvedad de que no necesariamente en nuestro universo, porque en realidad exploran un multiverso infinito y realizan aproximaciones por afinidad. Esta tecnología ha cambiado el mundo. ofreciéndole a todo el mundo la posibilidad de vivir en su propio planeta (o tiempo) particular, mientras se trabaja en un tercero, se obtienen recursos en algún otro y se dispone de los desperdicios en cualquier ubicación espaciotempouniversal donde no molesten. Robertson, por los extractos de su diario que encabezan cada capítulo, parece un poco un capullo creído, pero lo cierto es que el mundo que ha creado es una utopía, ¿o no? 

rumfuddle

Repentinamente deja de parecérselo a Gilbert Duray, uno de sus nietos, cuando los portales hacia su residencia, donde le aguardan su mujer y sus tres hijas, aparecen sorprendentemente cerrados. Sospecha de uno de sus tíos, Bob Robertson, pero no puede demostrar nada y cuando acude a su abuelo para solucionarlo, tan solo se ve abocado a un búsqueda infructuosa por un multiverso que en su infinita variedad no ofrece respuesta alguna que pueda considerarse fiable. A la postre, tan solo le queda una única posibilidad, transigir a acudir a la estúpida fiesta anual que organiza su tío, la rumfuddle (borrachera de ron), donde el auténtico alcance, diversidad y potencial del multiverso se pondrán de manifiesto, revelando que poco es lo que parece y que jugar con el infinito abre literalmente infinitas posibilidades.

La idea de base ciertamente no era nueva. Ya en 1956, por ejemplo, Isaac Asimov había publicado el cuento «Espacio vital». Lo que aporta Vance es una rápida escalada en las locas posibilidades que ofrece el concepto y un grado de autoconsciencia casi metaficcional como no se volvería a ver quizás en décadas. «Rumfuddle», si bien ha quedado un pelín anticuada en lo social, en lo tocante a su tratamiento del multiverso no tiene nada que envidiar a Rick y Morty (de hecho, no me extrañaría descubrir que fue inspiración directa) y, desde luego, supera en atrevimiento a todo lo que Disney/Marvel ha estado haciendo últimamente al respecto.

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En su momento, quizás resultó un concepto demasiado avanzado (o tal vez fuera que no termina de cerrar con toda la fuerza que merececía), porque solo pudo ser octava en la votación de los Locus a mejor novela corta. Curiosamente, la misma posición que cosechó en 1977 «The best of Jack Vance» entre la compilaciones. Aquel año, por alguna razón, hubo varias y la de Vance quedó justo por detrás de las de Damon Knight y Robert Silverberg, pero por delante de las de Cyril M. Kornbluth, John W. Campbell, Poul Anderson y Fredric Brown.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 21, 2023.

2 respuestas to “Estación de Abercrombie”

  1. Para mí, sin duda alguna, Jack Vance es uno de los grandes, a la altura de Asimov, Clarke o Heinlein.

  2. Para mi gusto, un auténtico genio !!! ;). Alguien de quién, probablemente, tendría sus obras completas, o casi. Gracias por tus reseñas, Sergio. Un placer leerte, aunque no coincidimos mucho en gustos, jajaja !! ;))

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