Cantos estelares de un viejo primate

James Tiptree Jr. nació en 1967, a la edad de cincuenta y dos años. Hasta entonces, solo había existido Alice Bradley Sheldon, quien tras desempeñar distintos trabajos, incluyendo un breve período como analista de la CIA, acababa de completar un doctorado en psicología experimental. Aquel misterioso Tiptree pronto adquirió un gran reconocimiento por sus relatos y novelas cortas, que conformaron sus dos primeras compilaciones: «A diez mil años luz» (1973) y «Mundos cálidos y otros» (1976), obteniendo en 1974 su primer premio Hugo (por la novela corta «La muchacha que estaba conectada«) y su primera Nebula (por el cuento largo «Amor es el plan, el plan es la muerte»).

Desde el principio hubo cierta especulación sobre quién podía esconderse detrás del seudónimo de James Tiptree Jr. y a partir al menos de 1969, por las temáticas que trataba, comenzaron a circular rumores sobre su posible adscripción genérica, aunque la noción de que pudiera no ser un hombre era generalmente rechazada por las principales figuras de la época. Entonces, a finales de 1976, Alice cometió un pequeño desliz y pronto la noticia se expandió como la pólvora por la comunidad de aficionados: James Tiptree Jr. era de hecho una mujer, se llamaba Alice B. Sheldon (con lo cual también quedó desvelado su pseudónimo secundario de Raccoona Sheldon) y sí había trabajado en inteligencia, aunque por entonces estuviera retirada.

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Fue en este contexto que se publicó «Cantos estelares de un viejo primate» («Star songs of an old primate»), su tercera antología, que recopilaba cuentos publicados originalmente entre 1969 y 1976 (sobre todo entre 1974 y 1976). El prólogo fue obra de Ursula K. Le Guin, amiga epistolar de James Tiptree, a quien había considerado, como casi todos, varón. Para sorpresa de la principal interesada, no hubo un cambio apreciable en la recepción por parte del público de su obra, así que, tras un breve período de dudas, retomó su pseudónimo principal (abandonando el de Raccoona Sheldon), que siguió empleando por otra década (y bajo el cual publicó su primera novela, «En la cima del mundo»), aunque en general suele considerarse esta segunda etapa de menor calidad e impacto.

Centrándonos en el contenido de la antología, destacan dos novelas cortas, la multipremiada «Houston, Houston, ¿me recibe?» (1976), merecedor del Hugo y del Nebula y tercera en la votación de los Locus, y «Un momentáneo sabor de existencia» (1975), finalista del Nebula (siendo derrotada por la muy inferior «El regreso del verdugo», de Roger Zelazny, que acabaría formando parte del fix-up «Mi nombre es legión«). Junto con ellas, cinco relatos de diversa extensión (un par de ellos muy breves) y también de una calidad dispareja. Para analizar todo ello, he decidido empezar casi por el final, exponiendo mis impresiones globales, porque pienso que son relevantes para explicar el impacto que ha tenido en mi la antología.

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En este sentido, lo primero que tengo que expresar es que «Cantos estelares de un viejo primate» se me ha antojado una obra brutalmente pesimista, hasta el punto de hacérseme por momentos opresiva. Yo pensaba que Disch era el colmo de la desesperanza, pero narraciones como «Su humo se elevó para siempre» o «Un momentáneo sabor de existencia» abren una ventana a un lugar tan frío y oscuro que provoca estremecimientos. Luego, documentándome, descubro que fue por esas fechas que Alice Sheldon empezó a compartir sus intenciones suicidas (aunque según sus biógrafos la depresión había sido una constante en su vida), un propósito que acabó verificándose tan solo una década después.

Al parecer, ciertos problemas de salud pudieron propiciar en parte dicho desenlace, pero los motivos subyacentes debían de ser más personales y leyendo los cuentos recogidos en esta antología resulta factible aventurar aunque solo sea una hipótesis, porque si el gran tema de Philip K. Dick fue la duda continua en torno a la naturaleza de la realidad, el núcleo central de la ficción de James Tiptree Jr. parece ser la duda respecto a su propia identidad de género y orientación sexual. Esto resulta ya evidente en el más antiguo de los relatos de la compilación, «Tu corazón haploide» (1969, pero escrito en 1967). Se trata de un cuento muy en la línea del Ciclo Hainish de Ursula K. Le Guin, en la que un representante de la Tierra está investigando un mundo recién descubierto para determinar si a sus habitante se les puede considerar humanos. Es una cuestión meramente técnica, que tiene que ver exclusivamente con la posibilidad de mestizaje, pero las razas candidatas se lo toman como una cuestión fundamental y en Esthaa, además, guardan un secreto que no desean que aflore en modo alguno.

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Tiptree especula con una biología sexual alternativa, lo que le permite plasmar metafóricamente en ese escenario alternativo no solo conflictos de género (con una fase diploide dominante y claramente masculina y otra haploide, generadora y agostada por completo tras la reproducción en clara referencia a la menopausia), sino también le queda espacio para criticar (o tal vez solo desmarcarse de) la heteronormatividad. Tras ella llega una suerte de relatillo-puente, «Y así sucesivamente» (1971) que me ha dejado absolutamente frío (ni siquiera soy capaz de determinar si está bien traducido o no).

Pasamos pues a la historia que quizás sea la más deprimente de la antología: «Su humo se elevó para siempre» (1974). En buena medida, no parece en absoluto un cuento de ciencia ficción o fantasía. Nos muestra tres momentos en la vida de un hombre, que desde las promesas (a la postre incumplidas) de la juventud nos conduce inexorablemente hacia el fin de todos los anhelos, la decepción última y definitiva, la disolución en la nada. Y sin tiempo para recuperarnos llega la novela corta más extensa de «Cuentos estelares de un viejo primate», «Un momentáneo sabor de existencia» (1975), que la propia Tiptree nos señala como una reelaboración, más madura, de los temas que ya abordó siete años antes en «Su corazón haploide».

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Aquí nos encontramos con un tema relativamente tradicional, el de una nave de exploración, la Centauro, enviada para buscar a la desesperada un planeta que pueda acoger el exceso de población de la Tierra. Habiendo llegado al sistema estelar objetivo y habiendo sido ya explorados y descartados dos planetas, el tercero parece constituir la última esperanza de la expedición (y quizás de la humanidad). La cuestión, sin embargo, resulta peliaguda, pues en la nave enviada de avanzadilla ha regresado una única tripulante, junto con una muestra de la vida superior vegetal del nuevo mundo. Sus informes hablan de un auténtico paraíso, pero hay discrepancias en su relato que invitan a afrontar la cuestión con cautela.

«Un momentáneo sabor de existencia» es una narración que poco a poco va subvirtiendo las expectativas del lector. Toma ese planteamiento relativamente tópico y lo retuerce, combinando la especulación brillante de «Su corazón haploide» (llevada a un nivel superior) con el frío y aterrador vacío existencial de «Su humo se elevó para siempre», al tiempo que sigue plateándose dudas sobre la identidad de género, la sexualidad, la influencia de todo ello sobre nuestra psicología y nuestra esclavitud frente a los condicionantes biológicos, no siendo ajeno a todo ello un ánimo iconoclasta que se plasma en una relación incestuosa, tal vez como ataque definitivo contra los convencionalismos sexuales.

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Es una narración tan potente y su final supone un golpe tan demoledor que, por comparación, el resto de la antología se antoja un poco decepcionante, algo que afecta de modo particular a la famosa novela corta «Houston, Houston, ¿me recibe?» (1976). En ella, una nave de exploración circumsolar, la Pájaro del Sol, está regresando a la Tierra después de completar su pasaje cercano en torno a la estrella. A bordo viajan tres astronautas, todos ellos hombres, por supuesto. Decir mucho de la trama es contraproducente. Baste con comentar que no están regresando exactamente a casa y que los cambios ocurridos en su ausencia son profundos y significativos. Tras un inicio premeditadamente confuso, la historia empieza a desarrollarse con un ritmo perfectamente medido, que va espaciando sus revelaciones a la perfección… hasta que nos acercamos al final y parece como si a Tiptree le entraran las prisas y, lo que es peor, dejara de confiar en la sutileza y buscara transmitir su mensaje a través de una exageración casi paródica.

Este problema se agrava con «El psicólogo que no quería maltratar a las ratas» (1976), un relato casi autobiográfico, pues retrotrae a la propia tesis de Alice B. Sheldon, con una denuncia de ciertas prácticas de la psicología experimental de la época que por entonces empezaba a denunciar el incipiente movimiento animalista. El principio y el final de la historia, sin elementos fantásticos, constituyen una narración exagerada de nuevo hasta el extremo de la parodia, muy en la línea de la contemporánea «Doctor Rat«, de William Kotzwinkle. Hay un segmento central, sin embargo, donde lo fantástico se apodera de la historia (aunque existe la posibilidad de que todo se deba a una intoxicación), que alcanza cotas notables de lirismo y que demuestra que en estas lides la evocación y la sutileza funcionan mejor que un ataque frontal. Para concluir, «Ella espera a todos los nacidos» (1976) es otro cuento (breve) que parece de relleno y que, en cualquier caso se me antoja excesivamente críptico y desenfocado (planea sobre él, de nuevo, la incertidumbre respecto a la idoneidad de la traducción).

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En conjunto, «Cantos estelares de un viejo primate» no constituye exactamente una antología redonda por encontrarse eminentemente desequilibrada y, dependiendo del estado de ánimo con que se aborde, su pesimismo existencial podría llegar a hacerse excesivamente opresivo. Sus mejores pasajes, sin embargo, alcanzan un nivel extraordinario y, aunque al principio cuesta un poco reajustar las expectativas, «Un momentáneo sabor de existencia» justifica por sí sola toda la antología.

Para concluir, me gustaría indagar un poco más en el tema que por cuestiones extraliterarias acabó marcando la edición de «Cuentos estelares de un viejo primate» y que, en el fondo, constituía la fuente de la que se nutría la creatividad de Sheldon/Tiptree. Me estoy refiriendo, por supuesto, a su identidad de género/sexual. Hasta el día de hoy hay una gran incertidumbre en torno a este asunto. En 1977, lo único que se tuvo en cuenta fue que James Tiptree Jr., de quien se presumía que era un hombre, resultó ser una mujer. Ahora, en 2023, esa visión se me antoja un poco simplista. Leyendo los cuentos reunidos en esta antología, no puedo sino pensar que la realidad de Alice Bradley Sheldon difícilmente podría describirse por medio de una categorización estrictamente binaria (diploide, en términos de la antología). ¿Bisexual, lesbiana reprimida, un hombre trans? Imposible saberlo. Ella misma no lo sabía (o no lo aceptaba).

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No sé lo suficiente de la vida y obra de Alice Sheldon/James Tiptree para ir más allá en mi análisis (os recomiendo, sin embargo, este artículo de Lola Robles, que sabe más sobre el asunto que yo), pero sí que puedo afirmar que James Tiptree Jr. fue más que un simple pseudónimo, casi podría considerarse un alter ego, y que la pérdida de su existencia independiente debió de marcar profundamente a la autora. Se suele hacer mucha burla de la opinión expresada por Robert Silverberg (quien, por cierto, fue el editor de muchos de los textos de Tiptree, incluyendo «Un momentáneo sabor de existencia») en el prólogo de «Mundos cálidos y otros», donde afirmó que la escritura de Tiptree era indudablemente masculina… y lo cierto es que quizás no andaba tan desencaminado. Lo que tal vez le faltaba (a él y a la propia Alice Sheldon) era un marco más amplio sobre el que interpretar el género y la sexualidad humanos. Quizás era inevitable que fuera un/a autor/a como James Tiptree/Alice Sheldon quien comenzara a cuestionar la artificialidad de esas categorizaciones estrictas.

Un último apunte a cuenta del título de la antología: «Cantos estelares de un viejo primate», que no tiene nada que ver con ninguno de los textos incluidos en su interior. En inglés, «old primate» es una categorización totalmente asexuada (mucho más neutra que «human», que después de todo incluye la partícula «man»), que podría aplicarse a cualquiera, ya sea hombre o mujer, de determinada edad. Exactamente eso era lo que quizás pedía Alice Sheldon, que no se juzgara su obra como masculina o femenina, sino simplemente como humana.

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en enero 7, 2023.

Una respuesta to “Cantos estelares de un viejo primate”

  1. wow, ahora definitivamente quiero leerla, gracias por el detallado analísis

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