The sirens of Titan (Las sirenas de Titán)

Tras publicar en 1952 su primera novela, «La pianola», una distopía relativamente tópica, Kurt Vonnegut encontró finalmente su voz distintiva en 1959, con su segunda novela, «Las sirenas de Titán» («The sirens of Titan»). En esta obra ya se aprecia el postmodernismo que caracterizaría su carrera, así como el pesimismo existencial que se encuentra en su núcleo y con el que lidia a través del humor negro.

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El eje vertebrador de la historia lo constituye Winston Niles Rumfoord, un ricachón que, tras armar su propina nave espacial, se ha adentrado en un infundibulum crono-sinclástico, que lo ha transformado junto con su perro Kazak en un fenómeno ondulatorio que se extiende en espiral entre el Sol y Betelgeuse, manifestándose físicamente cada vez que la Tierra (u otro astro) interseca con la espiral. Al comienzo de la historia, Rumfoord ha convocado a Malachi Constant, el hombre más rico (y afortunado) de la Tierra, a su última aparición, y allí le confia que se emparejará con su mujer Beatrice (que lo detesta) y tendrá un hijo (Crono) con ella, que viajará a Marte y luego a Mercurio y finalmente a Titán, donde le esperan las epónimas sirenas. El resto de la novela consiste básicamente en el cumplimiento de esta profecía, de modo que el lector es tan omnisciente como el cronosinclásticoinfundibulado Rumfoord. Lo cual, a la postre, no importa en absoluto.

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Ese es el punto al que quiere llegar Vonnegut: la vida es absurda, no tenemos control sobre ella, cualquier percepción de libre albedrío es un espejismo y nada tiene sentido, por mucho que nos empeñemos en encontrárselo. Un concepto tan pesimista solo podía transmitirse de una forma, con humor, y por eso «Las sirenas de Titán» es en el fondo una novela cómica, con un humor negro que a la postre se está riendo de la broma suprema que es la existencia humana.

Para transmitir esta idea, el autor juega con distintos elementos cooptados desde la ciencia ficción pulp: naves espaciales, extraterrestres (el trafalmadoriano varado en Titán) que son a su vez robots, tecnologías de control mental, extraños ecosistemas mercurianos… El enfoque, sin embargo, no puede ser más divergente, pues si en aquellas historias es central el concepto del héroe protagonista, con agencia para imponer su voluntad al propio universo, aquí los protagonistas no solo se encuentran inermes ante el desarrollo de los acontecimientos, sino que su misma identidad es maleable, con lo que la novela los despoja incluso de lo más íntimo del ser humano, el concepto del yo.

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Tan solo Rumfoord, en su omnisciencia cronosinclástica, es consciente en todo momento de lo que deparará el futuro (y deparó el pasado), y por ello es una figura más trágica incluso, porque es así el único plenamente consciente de su absoluta carencia de libertad.

Aparte de los elementos propios de la ciencia ficción, Vonnegut extrajo inspiración de sus experiencias personales, en particular de su participación en la Segunda Guerra Mundial. No de un modo tan directo y personal como en «Matadero Cinco» (1969), pero sí recalcando lo absurdo que fue todo aquel sufrimiento a través de uno de los episodios más significativos de «Las sirenas de Titán», la guerra entre los «marcianos» y la Tierra (otro tema clásico subvertido), que conduce a un replanteamiento de la religión y a la creación (auspiciada, como siempre, por Rumfoord) de la Iglesia de Dios, el Absolutamente Indiferente.

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De nuevo se recalca que no hay propósito. No hay nadie ahí arriba que se preocupe de un modo particular por ninguno de nosotros. Nuestras vidas no tienen sentido. Son una mera sucesión de accidentes aleatorios.

Hacia el final de la novela se nos revela que a la postre sí que había un sentido para todo (aunque no sea muy halagador para el ser humano)… e inmediatamente después queda desvelado que hasta ese propósito es absurdo. No hay escapatoria. Vonnegut no nos deja ni un resquicio para la esperanza, ni un minúsculo y tortuoso sendero hacia la trascendencia. ¿Qué queda pues? Según concluye Malachi Constant al final de todas su peripecias, «El propósito de la vida humana, sin importar quién la controle, es amar a quienquiera que se encuentre cerca para ser amado».

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Aunque he comentado que con «Las sirenas de Titán» Vonnegut encontró su estilo, lo cierto es que no me parece que sea una novela tan redonda como las que llegarían después. No me refiero solo a «Matadero Cinco», que es una obra maestra, sino incluso a «Cuna de gato» (1963), publicada apenas cuatro años después, pero con un equilibrio mucho más medido entre humor y pesimismo (en el cómputo global, «Las sirenas de Titán» acaba inclinada en exceso hacia el segundo).

Desde luego, cuando se publicó en 1959 fue algo totalmente diferente a lo que los lectores de ciencia ficción estaban acostumbrados, lo cual no fue óbice para que fuera nominada al premio Hugo de aquel año. Su derrota frente a «Tropas del espacio«, de Heinlein, levantó cierta polémica entre quienes valoraban lo arriesgado de la propuesta de Vonnegut por encima del clasicismo de la space opera militarista heinlenita. Con el correr de los años, sin embargo, tal vez acertaran con la obra más influyente. Poco podía nadie imaginar que Vonnegut acabaría apartándose de vacío de la ciencia ficción.

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Aquel año el quinteto de finalistas se completó con «Dorsai«, de Gordon R. Dickson (la otra fundadora de la rama militarista de la ciencia ficción), así como las menores «The pirates of Zan«, de Murray Leinster, y «That sweet little old lady«, de Mark Phillips (Laurence Janifer y Randall Garrett).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 23, 2021.

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