The light is the darkness

Laird Barron es uno de los más destacados autores de terror actuales, con una propuesta que busca recuperar el horror cósmico lovecraftiano y una sensibilidad pulp, pero con un estilo que más allá de constituir una mera copia del antiguo, busca modernizarlo con una sensibilidad poética moderna.

La poesía, de hecho, constituyó la primera actividad literaria de Barron, tras mudarse a Nueva York en 1994 desde su Alaska natal. No fue sino hasta 2001 que empezó a publicar sus relatos de terror, sobre todo en The Magazine of Fantasy & Science Fiction. Esta actividad fructificó en su primera antología, «The Imago Sequence & other stories» (2007), que le valió el premio Shirley Jackson. Cuatro años después apareció su primera novela (una obra breve, muy poco por encima de la longitud de novela corta), «The light is the darkness» (2011), que ahondó en las características y temas presentados en sus relatos.

El protagonista de la novela es Conrad, un luchador perteneciente a una red secreta internacional que organiza combates a muerte entre hombres y entre hombres y bestias para deleite de los obscenamente ricos. Pero Conrad es mucho más que un simple gladiador moderno. Sus dotes no tan naturales le convierten en poco menos que un reflejo oscuro de Doc Savage, con una mente (supuestamente) a la altura de sus extraordinarias dotes físicas, que pone al servicio de la búsqueda de Imogen, su hermana desaparecida cuando ella misma se hallaba embarcada en una misión de venganza contra el mefistofélico doctor Drake, responsable de la muerte treinta años atrás del hermano mayor de ambos.

Las resonancias pulp son intensas en «The light is the darkness». El doctor Drake es una figura Fu manchunesca; la mente maestra maligna que mueve desde las sombras los hilos del destino ya no solo del protagonista, sino quizás incluso de la humanidad misma. Porque si algo hay en esta novela son círculos dentro de círculos. La red de peleas clandestina no es más que el nivel más superficial de confabulaciones, apenas una tapadera para un juego de poder que convertiría a los superricos participantes en menos que comparsas, simples marionetas de fuerzas oscuras cuya existencia ni siquiera sospechan (y que a su vez, se insinúa, no son sino pececillos inofensivos en un mar mucho más tenebroso de lo que podemos siquiera imaginar).

La referencia nada sutil a «El corazón de las tinieblas» no es gratuita. «The light is the darkness» es la historia de un viaje al núcleo de la maldad, en el transcurso del cual Conrad va profundizando, y el lector con él, en esos horrores subyacentes a nuestro mundo. La iluminación tan solo nos desvela el auténtico alcance de la oscuridad que nos rodea. Barron captura así a la perfección el espíritu lovecraftiano del horror cósmico, enmarcado en una búsqueda que entrelaza los motivos personales con un más arquetípico anhelo por la inmortalidad. El personaje es, sin embargo, tremendamente pasivo. Deja que le ocurran cosas. En ningún momento da la impresión de estar al mando de lo que le ocurre (lo que, en cierto modo, concuerda con la idea de la insignificancia del ser humano; aunque eso no lo hace precisamente un buen protagonista).

La lectura supone una experiencia interesante, aunque a la postre no deja de primar en exceso el estilo sobre la sustancia. La trama en sí es de lo más simple, con una serie de revelaciones que llegan con excesiva facilidad y desembocan en un clímax final potente en lo descriptivo, pero bastante parco por lo que se refiere a llegar a conclusiones o incluso a cerrar los hilos narrativos. Por en medio, Barron ha ido sembrando ideas y obsesiones potentes, que posiblemente desarrolla más en sus cuentos, como la de la transformación (con Conrad convertido en un imago de algo… distinto) o una idea que se repite una y otra vez sin llegar a nada en concreto: la naturaleza circular del tiempo.

Al final, me da la impresión de que Laird Barron está demasiado volcado en los aspectos formales y evocativos de la historia para provocar auténtico miedo. Aunque renovado en lo estilístico, su horror cósmico sigue dependiendo de la voluntad del lector para aceptar la insignificancia en base a insinuaciones y miradas de reojo hacia un inefable Horror con mayúsculas. Por añadidura, en todo este propósito, interfiere además la naturaleza sobrehumana de Conrad, por quien nunca llegamos realmente a temer (y por quien nunca llegamos realmente a sentirnos identificados). Al no ser completamente humano, no es un buen representante de la humanidad en el conflicto, y eso, como lectores, nos mantiene al margen, como meros testigos de un enfrentamiento que no nos concierne (más allá de constituir parte integrante de la chusma ignorante y pasiva).

Quizás hay historias que funcionan mejor como obras breves, y pese a su limitada longitud «The light is the darkness» acaba ofreciendo menos de lo que debería para justificar sus páginas. Lo que aporta, sin embargo, es una propuesta estilística renovada para revitalizar modelos que habían quedado fosilizados en los (escasos) requerimientos literarios del pulp clásico, demostrando que es posible explorar esas mismas historias sin necesidad de replicar los modelos léxicos y gramaticales de hace casi un siglo. Eso, por si solo, aun si la novela no presentara escenas y pasajes evocativos, bastaría para justificar sobradamente su existencia. Tan solo necesita echar en la próxima ocasión un poco más de carne al asador.

~ por Sergio en marzo 2, 2021.

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