Las ratas / La invasión de las ratas
El británico James Herbert dio inicio a su exitosa carrera como escritor de terror en 1974 con «Las ratas» («The rats»), un relato que hunde sus raíces en los famosos creature features de los años cincuenta («La humanidad en peligro», «Cuando ruge la marabunta», «Tarántula»…), que estaban de hecho a punto de volver a ponerse de moda con «Tiburón», 1975).
Según su propia confesión, la inspiración le vino tras revisionar «Drácula» de Tod Browning, aunque parece más probable que le influyera el éxito de «Willard» (1971), basada en el libro de Stephen Gilbert «Ratman’s notebooks», de 1968, que a raíz de la película se reeditó en grandes tiradas (e inspiró también, por ejemplo, la serie B «Night of the lepus», con conejos mutantes gitantes, en 1972).
La novela no tarda mucho en entrar en materia. De forma inopinada, empiezan a sucederse en Londres una serie de ataques de ratas negras inusualmente grandes, inteligentes y agresivas, con una particular querencia por la carne humana. Los primeros capítulos son escenas sueltas en las que se nos presenta en profundidad una futura víctima, generalmente en los márgenes de la sociedad, que va a ser devorada al final de forma gráfica. Esto cambia cuando llegamos al segmento de Harris, profesor de arte de un instituto de barrio obrero londinense (evidente alter ego del propio Herbert), uno de cuyos alumnos ha sido mordido por una rata.
A partir de aquí la acción se dispara. Pronto nos enteramos de que las mordeduras de rata son mortales en veinticuatro horas por culpa de una infección asociada, Harris es llamado a declarar frente a una comisión gubernamental encargada del problema y, finalmente, una horda de ratas ataca el propio instituto, como parte de una plaga que ya resulta imposible ignorar. Cuando las noticias de estos incidentes se hacen públicas se desata el pánico por toda la ciudad (aunque principalmente en los barrios más desfavorecidos, cerca del puerto y con las cicatrices de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial todavía visibles). Como experto local (o, cuando menos, nativo de la zona), Harris acaba formando parte del grupo de crisis formado ad hoc, y así participa en los primeros, y no revelo nada si adelanto que infructuosos, intentos por controlar la plaga, mientras los animales van haciéndose cada vez más grandes y más atrevidos.
Sin duda, el punto fuerte de la novela lo encontramos en las descripciones de los ataques, que mantienen el equilibrio adecuado entre exageración y relativo realismo… o cuando menos plausibilidad (aunque, como suele ser habitual en estos casos, el comportamiento de las ratas no tiene absolutamente nada que ver con la realidad etológica), moviéndose así al borde mismo de la suspensión de la incredulidad mientras explotan la natural repulsión que nos producen los roedores (aunque he de reconocer que hay momentos, como el del ataque al zoológico, en que esa suspensión de la incredulidad se ve seriamente comprometida).
Por supuesto, todo tiene que escalar, y el papel de Harris ha de verse potenciado, desde experto a hombre de acción (mientras esquiva de forma milagrosa la muerte una y otra vez), hasta una conclusión previsible pero más o menos satisfactoria (que deja abierta, por supuesto, una puerta a posibles secuelas).
«Las ratas» es carnaza pura y dura. Existe un atisbo apenas esbozado de crítica social, con la denuncia del abandono de los barrios obreros de Londres por parte de las autoridades, pero es todo muy superficial, puesto casi por obligación. Del mismo modo, los distintos relatos, dejando de lado la trama central de Harris, no terminan de percibirse como un todo integrado. Son narraciones más o menos independientes, perfectamente intercambiables por cualquier otra anécdota, que funcionan muy bien en solitario pero que no logran construir una sinergia en su conjunto porque sus protagonistas, pese al cuidado que pone aparentemente en su caracterización, son básicamente de usar y tirar.
Por otro lado, esta misma falta de pretensiones hace que el ritmo sea muy vivo, sin permitirnos un solo instante de respiro, con lo que la experiencia lectora (siempre y cuando no se padezca de musofobia) es satisfactoria, incluso si hay momentos en que parece no aprovechar todo su potencial (con un clímax innecesariamente apresurado, que introduce novedades apenas esbozadas y que tal vez hubiera podido resultar todavía más pintoresco, tal y como Stephen King había demostrado unos años antes con el cuento «El último turno», de 1970, recopilado en la antología «El umbral de la noche», de 1978, que comparte numerosos elementos con «Las ratas»).
La publicación de la novela supuso un éxito inmediato, vendiéndose los 100.000 ejemplares de la primera tirada en cuestión de tres semanas, dando inicio así a la carrera literaria de Herbert (que hasta ese momento trabajaba en diseño publicitario). Tras otras cuatro novelas, en 1979 Herbert publicó una secuela de «Las ratas», titulada «El cubil», y en 1984, con «Dominios», completó una trilogía que a esas alturas ya incluía hasta un apocalípsis nuclear. A todo esto hay que añadir una novela gráfica, «The city», aparecida en 1993. En 1982 Robert Clouse firmaría una adaptación cinematográfica muy, muy libre de «Las ratas» titulada «Fieras radiactivas» («Deadly eyes»).
Un apunte final. Si podéis elegir, optad por la edición de 2017 de La Biblioteca de Carfax («Las ratas»), porque la antigua de Planeta («La invasión de las ratas»), de 1975, presenta la típica traducción desastrosa de la época.
Otras opiniones: