Muerte al alba
Hacia 1990 Robert McCammon estaba en la cima absoluta de su popularidad. Desde su debut en 1978 con «El príncipe de los infiernos«, había ido construyendo una carrera modélica, fundamentada en el ascenso del terror a la categoría de género bestseller. A las ventas, se le sumaba el reconocimiento crítico, con múltiples nominaciones y victorias en los premios Bram Stoker.
En medio de todo esto, en 1991, publicó la que es considerada por muchos como su mejor novela, «Muerte al alba» («Boy’s life»), que no solo le cosechó su tercer Stoker (en novela, quinto en total), sino que le valió también por primera vez el World Fantasy Award y, de hecho, es una obra que calificaría antes de fantasía que de terror.
«Muerte al alba» es ni más ni menos que la típica historia nostálgica de maduración, ambientada unos treinta años antes, en 1963, narra un año en la vida de Cory Mackenson, pero no un año cualquiera, sino el año en que cumple los doce, esa edad crítica en la que a menudo se da la transición entre la niñez y la juventud. Todo comienza con un evento disruptivo, pues Cory, que acompaña a su padre en el reparto matutino de leche, es testigo de cómo alguien se deshace de un cadáver, arrojándolo dentro de su coche a un profundo lago, conocido únicamente por los locales.
El misterio de este asesinato, y sobre todo su conexión con Zephyr, el pequeño pueblo de Alabama donde habitan, impulsa en buena medida la historia, aunque como ocurre a esas edades no la monopoliza en absoluto, sino que a lo largo de los doce largos meses que abarca hay espacio para multitud de experiencias, algunas positivas, otras negativas y otras, simplemente, novedosas, que van jalonando el progreso de Cory hacia la madurez.
«Muerte al alba» no se aparta mucho de las convenciones del género, aunque no fuerza la faceta de rito de maduración, sino que permite que su protagonista vaya poco a poco descubriendo que el mundo es más complejo, y a veces más aterrador, de lo que suponía. Probablemente con buenas dosis de elementos autobiográficos (McCammon fue también en 1963 un niño de doce años en Alabama), la novela presenta una perspectiva vital todavía mágica (con esa magia de la niñez, que más tarde, ya de adultos, recordamos con nostalgia), y de hecho, aunque lo sobrenatural apenas tiene incidencia en la trama y se manifiesta casi únicamente a través de los ojos de los niños (Cory y ocasionalmente sus amigos), su presencia continua emparenta la novela con el realismo mágico (oscuro, habida cuenta de su tendencia hacia lo terrorífico o grotesco, en forma de fantasmas, monstruos y magia vudú).
Los distintos episodios que se van sucediendo con el discurrir de las estaciones van alumbrando también esos otros monstruos, más reales y terribles que los cinematográficos que adornan las paredes de la habitación de Cory, tales como el racismo (siendo Alabama en los sesenta, no puede faltar la referencia a la esclavitud y el todavía presente Ku Klux Klan), el extremismo religioso, la delincuencia o el desempleo (junto con esa visión de la inexorable degradación producida por el paso del tiempo).
Otras experiencias con las que debe aprender a lidiar Cory son de carácter más personal, bien sea aceptar la pérdida de un animal querido, aprender a plantar cara al abuso o, de forma más terrible, sobrellevar la muerte de alguien cercano. Lo cual no implica que no quede lugar para otras experiencias más positivas, como el descubrimiento de una vocación, la conquista de ciertas libertades y responsabilidades o el primer e inocente atisbo de atracción sexual.
Todo esto va configurando un mosaico de experiencias que Robert McCammon engrana con tremenda habilidad, ofreciendo una auténtica porción de vida, a medias maravillosa y a medias aterradora, con penas y alegrías y logrando transmitir esa impresión de eterna intemporalidad que va escurriéndose por entre los dedos de la mano como arena en la playa, sin que el niño que la está disfrutando sea plenamente consciente de ello (y es la perspectiva adulta del narrador, que rememora aquel tiempo lejano, lo que propicia esta interpretación).
«Muerte al alba» sería un libro absolutamente redondo de no ser porque a la postre la trama que ata la novela, la del cadáver misterioso, se resuelve con bastante torpeza y de forma excesivamente apresurada. Es una circunstancia que destaca sobre todo en contraste con otras subtramas o simplemente escenas del libro, como la del mono Lucifer, el monstruo acuático local conocido como el Viejo Moisés, la bestia de tiempos pretéritos o el vuelo con que la pandilla de amigos de Cory inician el verano (el momento en que el autor logra transmitir mejor lo que es la niñez). Esto constituye, de todas formas, un inconveniente menor (acentuado quizás por la decisión de cambiar el título en su edición en español, porque ese no es el punto focal de la historia).
Queda pues, en mi opinión, totalmente justificados los premios. Quizás menos el Bram Stoker, por cuanto difícilmente puedo calificarlo de terror (aunque haya fantasmas, monstruos y asesinos), pero tampoco voy a protestar mucho (y eso que fue un año bastante competitivo, con finalistas como «La tienda» y «La Torre Oscura III: Las tierras baldía», de Stephen King, «El médico» de Thomas Disch y «Un verano tenebroso», de Dan Simmons). En cuanto al World Fantasy Award de 1992, «Muerte al alba» derrotó a títulos como «Danza de huesos» de Emma Bull, «El país pequeño» de Charles de Lint o «El museo del perro» de Jonathan Carroll.
Tras este éxito, McCammon publicó otra novela, «Huida al sur», en 1992, y en la cima de su popularidad sufrió una crisis de identidad, lo que unido a desavenencias con su editor por querer pasarse a la novela histórica (con ciertos elementos sobrenaturales) hizo que abandonara el mercado por toda una década. Su retorno en 2002 con «Speaks de nightbird» (el inicio de una saga, ambientada en tiempos coloniales, que ya va por los siete libros), no logró alcanzar el mismo impacto, y de hecho el cambio en el panorama editorial (junto con el alejamiento del género por el que es principalmente conocido… aunque su evolución, tras leer «Muerte al alba» resulta perfectamente lógica) ha hecho que desde los años noventa no se haya vuelto a publicar (ni prácticamente reeditar) ninguna de sus novelas en español, lo cual posiblemente sea una pena, porque desde luego McCammon es un autor a reivindicar, más allá de su terror ochentero.
Otras opiniones:
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto: