Diario: una novela
Me ha vuelto a pasar. A menudo, cuando leo alguna aclamada incursión en el fantástico de un escritor «serio» el resultado me decepciona, me sabe a poco; como un chicle que de tan masticado ya apenas le queda sabor. Dentro de la corriente posmoderna, está bien visto que un autor de cierto prestigio haga uso de conceptos y estructuras de la vieja literatura de género popular, sobreentendiéndose casi siempre (un evidente contraejemplo sería «La carretera», de Cormac McCarthy) cierto enfoque satírico que ayude a pasar el trago. Se aprovechan del desprestigio del modelo para ensalzar la copia… el truco reside en que suelen escoger modelos que si carecen de prestigio no es por deméritos propios, sino por simples prejuicios de género (como la paranoina dickiana de Arthur Nersesian «Staten Island«, aunque de nuevo puedo apuntar algún contraejemplo, como «Pulp», de Charles Bukowski, que deliberadamente apunta al mínimo común denominador de la ficción de género).
La crítica coincide en apuntar que con «Diario» («Diary: a novel», 2003), Chuck Palahniuk se adentró decididamente en territorio Stephen King (al igual que lo haría un par de años después Bret Easton Ellis con «Lunar Park»), claro que para diferenciarlo claramente suelen cobijar la novela bajo el ambiguo paraguas del «modern horror«, sin olvidarse de añadir el apellido de la sátira. Y lo cierto es que la influencia del escritor de Maine es más que evidente en el enfoque costumbrista y en algunos de los recursos empleados (como la reiteración machacona de una serie de conceptos clave, en torno a los que se articula la trama y va mutando el carácter de la historia, pasando del realismo absoluto del principio a una tímida deriva hacia lo sobrenatural).
La protagonista (y narradora) de la historia es una mujer de mediana edad, Misty Wilmot, que ha empezado a escribir una diario a raíz del fallido intento de suicidio de su marido, que en vez de morir se ha quedado en coma. Misty, que ahora trabaja de camarera en el hotel de la isla de Waytansea, conoció a Peter, su marido, en la facultad de bellas artes, a la que había huido de una vida anodina en una poblado de caravanas. Al quedarse embarazada de su hija, y debido a la muerte de su suegro, ambos acaban recalando en el viejo hogar isleño de él, donde Misty acaba abandonando sus sueños artísticos… o eso piensa.
Porque tras el horrible accidente todos en la isla parecen empeñados en que vuelva a pintar, y eso que su vida se está yendo rápidamente por el sumidero. Empiezan a llegarle, por ejemplo, reclamaciones por las reformas que ha ejectuado su marido a lo largo del invierno en el continente. Al parecer, en todas las casas de veraneo ha tapiado una habitación, cuyas paredes ha cubierto previamente con graffitis desquiciados. En cuanto a las finanzas, la familia está en la ruina, como la mayor parte de las antiguas familias de Waytansea, al extremo de un ciclo que el autor define como que los abuelos crean una fortuna, los padres la mantienen y al llegar a la tercera generación se ha agotado.
Poco a poco, esa insistencia va cobrando matices inquietantes, pues todos en la isla parecen compartir un secreto que le es ajeno a Misty (y que probablemente tenga que ver con la casi mítica Mauren Kincaid, una pintora que cien años antes llevó la riqueza a la isla). Así, la trama inicia una espiral descendente, diseñada para conducir a un final apoteósico… que cualquier aficionado al fantástico puede ver venir desde como muy tarde la mitad del libro.
En esencia, «Diario» no hace sino actualizar (y diluir un poco el componente fantástico) las historias sobre comunidades cerradas, atadas por antiguos pactos blasfemos para asegurarles su prosperidad, que tienen su origen en la ficción de Lovecraft. En muchos sentidos, se trata casi, casi de un remake de «La sombra sobre Innsmouth», sustituyendo eso sí cualquier referencia a antiguos dioses por el más moderno culto profano al estatus social y, en todo caso, al espíritu creativo. La tesis sobre la que trabaja Palahniuk es que el arte surge del sufrimiento, lo que le permite aplicar su reconocido talento para las imágenes y conceptos inquietantes, pero incluso a ese respecto, a mi entender, la obra palidece frente a otras exploraciones intelectualmente más ambiciosas, como «Campo de concentración«, de Thomas Dish.
Con todos esos mimbres, el autor presenta un estudio de la decadencia y del coste de vencerla, en un retrato poco favorecedor de la sociedad estadounidense… que en el fondo escapa relativamente intacta, pues apenas profundiza más allá de la anécdota, constreñido por su propia trampa estilística. El recurso del falso diario, con su narración en tercera persona de los acontecimientos vividos por Misty, distanciamiento roto aquí y allá por breves segmentos en primera e interpelaciones en segunda persona (dirigidas teóricamente al ausente Peter), funciona muy bien al principio, pero a la larga su artificiosidad no se sostiene demasiado bien (sobre todo a medida que se ve obligado a introducir más y más flashbacks).
No se puede afirmar que el autor nos engañe. El subtítulo del libro, «Una novela», ya nos avisa del carácter atípico del supuesto diario (que en un giro muy posmoderno es autorreferenciado en sus mismas páginas), pero a la postre, y en mi opinión, acaba abusando de esa carta blanca que se concede para retorcer el concepto de diario.
De igual modo, sus reiteraciones acaban cansando. Hay frases repetidas decenas de veces; una reiteración machacona cuyo efecto, llegados un punto, se ve disminuido con cada nueva inclusión; y es una pena, porque hay «entradas» del diario verdaderamente brillantes (como la segunda, que alude a los sentimientos de la protagonista a través del frío estudio anatómico del rostro hipotético de su marido en coma; nada menos que tres o cuatro niveles de distanciamiento emocional, que nos indica bien a las claras la intensidad de su frustración).
Es muy posible que el conocimiento previo del modelo prevenga en cierta forma el disfrute de la historia. Por un lado, el poder anticipar con cierto grado de detalle adónde conduce todo vuelca sobre el estilo la responsabilidad completa de sostener la narración, y no se basta para salir del paso (o, mejor dicho, si le prestas demasiada atención, acaba revelando sus trucos y perdiendo eficiencia).
No es sólo que mientras lo leía no pudiera dejar de pensar en «La sombra sobre Innsmouth», sino que también me venían a las mientes cuentos como «Nacido de hombre y mujer», de Richard Matheson, o «Los que se van de Omelas», de Ursula K. Le Guin. No quiero con esto implicar que Palahniuk se haya inspirado en todos ellos (en Lovecraft, ya sea de forma directa o indirecta, posiblemente sí), pero sí que maneja conceptos que ya han sido explorados desde la perspectiva fantástica… y pese a tratarse de una obra de mayor extensión (tampoco demasiada), «Diario» no profundiza mucho más. Supongo que la contención viene de no forzar en exceso la tolerancia del lector generalista hacia el elemento fantástico… y ahí acaba de perder por fin para mí todo su atractivo la novela; cuando toca rematar la jugada, da un paso atrás y se contenta con ceñirse estrictamente a lo anticipado.
Así pues, entre que conceptualmente no aporta nada nuevo y que técnicamente esperaba más de Palahniuk (es la primera de sus novelas que leo, pero me esperaba un estilo mejor definido y algo más de trasgresión que una evidente exageración de los efectos fisiológicos de un estado de coma de dos meses, con clara intencionalidad chocante; eso por no hablar del inverosímil tratamiento del personaje de la hija de Misty), «Diario» me ha supuesto una pequeña decepción.
Ya lo intentaré de nuevo con alguna otra de sus novelas (posiblemente evitando el componente fantástico, para no abordar la lectura con más piezas del rompecabezas en mi poder de las que pretende ir pasándome el autor).
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