War in Heaven (Guerra en el Cielo)
En 1936 dos misivas se entrecruzaron en correos. Una iba dirigida a C. S. Lewis, felicitándolo por su reciente libro de ensayo «La alegoría del amor», la otra a Charles Williams, congratulándolo por una novela un poco anterior, «The place of the lion». Fue el inicio de una amistad que llevó finalmente a Charles Williams al entorno el grupo de escritores fantásticos británicos más importante de la primera mitad del siglo XX, los inklings.
Oscurecidos por la fama de Lewis y, sobre todo, Tolkien, el resto de amigos que se reunían en un pub de Oxford a hablar de literatura y que se leían mutuamente los textos en los que estaban trabajando resultan hoy en día más desconocidos. Entre ellos, el principal novelista (aunque también fue poeta, teólogo, dramaturgo y ensayista) fue ese mismo Charles Williams, que al contrario que sus colegas y amigos no ubicaba su magia en mundos imaginarios, sino que la hacía permear en la realidad cotidiana, convirtiéndose así en fuente de inspiración para autores posteriores como Tim Powers y preconfigurando así lo que hoy en día conocemos como fantasía urbana (pese a que buena parte de la novela se ambienta en escenarios rurales).
Aunque su conexión con los inklings es importante, e influyó de forma notable en sus últimos libros, lo cierto es que ya era un escritor reconocido antes de su correspondencia con C. S. Lewis. Sin haber podido concluir sus estudios por cuestiones económicas, en 1908 empezó a trabajar en la Oxford University Press como corrector de galeradas, y allí fue subiendo de categoría y adquiriendo más responsabilidades hasta su muerte en 1945. Sus primeros libros fueron de poesía, y en 1930 (a los cuarenta y seis años) publicó su primera novela, «War in Heaven».
El desencadenante de la acción es un asesinato misterioso, acaecido en las oficinas de una pequeña editorial londinense que hace no mucho ha pasado del control de su fundador, que la había especializado en publicaciones esotéricas, a su hijo, más interesado en buscar una orientación más comercial. De trasfondo, se encuentra la posible identificación de un cáliz en una apacible parroquia rural como el mismísimo Santo Grial. En torno a este símbolo de poder se articula un conflicto entre dos bandos bien diferenciados: el maligno, que busca emplearlo con fines destructivos; y el justo, cuya prioridad es protegerlo.
De acuerdo con la particular teología de Williams (bautizada como coinjerencia, y sostenida bajo la premisa de que la salvación no puede alcanzarse de forma individual), cada parte agrupa, aparentemente al azar, sus fuerzas en tercetos (con otro trío de víctimas, compuesto por un matrimonio y su hijo pequeño, siendo el marido empleado también de la editorial en cuestión).
Respecto a los actores del drama, por un lado están aquellos que pretenden explotar en su propio beneficio o en pro de la destrucción la magia del Grial. Son el antiguo editor, empeñado en iniciarse en la magia a través de una misa negra; el descubridor del objeto, un cínico y descreído diletante de las artes mágicas, cuyo interés en las mismas es puramente antropológico; y un poderoso satanista de oriente, cuyo único y nihilista fin es la destrucción de Todo.
Frente a ellos se alían un dependiente de la editorial, un duque católico interesado en la poesía y el archidiácono que está a punto de ceder la parroquia a quien la ocupará los años siguientes. Incluso para ellos, el Grial significa cosas diferentes. El dependiente ve en él sobre todo la fuente de inspiración para grandes obras maestras de la literatura medieval, como «La muerte de Arturo», de Thomas Malory (Willians no sólo era un gran experto en literatura artúrica, sino que ése fue el tema de su obra poética más ambiciosa); para el duque constituye una reliquia de enorme importancia teológica; mientras que el diácono ve en él tan sólo un símbolo de la gracia divina.
Como se puede apreciar, la gran diferencia entre ambos grupos reside en la concepción del Grial como una herramienta por medio de la cual conseguir algo o como un símbolo que permita la conexión con una realidad más amplia (aunque, por supuesto, las acciones del bando «malvado» resultan además reprobables desde una perspectiva ética; incluso con un inocente niño amenazado por sus maquinaciones). Se trata de escenificar la diferencia entre magia y religión… y Charles Williams no era ajeno a las sutilezas de esta distinción, como miembro desde hacía más de una década de la Hermandad de la Rosa Cruz, una sociedad secreta mística cristiana, inspirada en la supuesta orden medieval de los rosacruces (como parte de una plétora de organizaciones esotéricas que medraron entre finales del siglo XIX y principios del XX).
Es también de destacar el modo en que introduce el elemento fantástico, pausadamente, dejando que se vaya infiltrando poco a poco. Tan sutil al principio que una explicación realista sería más plausible. A medida que van avanzando los capítulos, sin embargo, lo sobrenatural va cobrando mayor importancia, hasta que domina la narración (y es en esos capítulos finales donde más evidente resulta la conexión con Tim Powers). Esto concuerda con la aparición y progresiva ganancia de protagonismo de un personaje misterioso, ligado a la tradición en torno al Santo Grial, que reconduce, desde una perspectiva filosófica (o teológica), las sublecturas de la novela.
Porque también nos encontramos con que «War in Heaven» trata sobre la existencia de un plan divino, y sobre la justificación o el papel que el mal puede tener en dicho plan (algo que en teología recibe el nombre de teodicea, el intento de reconciliar intelectualmente la existencia de un dios infinitamente bondadoso con el sufrimiento y las maldades del mundo). Es un dilema que ha preocupado a los teólogos durante siglos, y que ha sido escogido a menudo como elemento de análisis por parte de los escritores de fantasía cristiana, empezando por George MacDonald («At the back of the north wind», 1871).
Como cualquier ensayo que aborde este peliagudo asunto, no se puede afirmar que «War in Heaven» sea por completo exitosa a la hora de ofrecer una respuesta a esta problemática central, y aunque esquive las trampas de la alegoría, la resolución presenta cierto regusto a deus ex machina… Lo cual es totalmente premeditado, pues a la postre lo que pretende es poner de manifiesto la intervención de Dios en nuestras vidas.
Ello deja además liberados a los personajes para que las decisiones que toman, aunque ello no resulte evidente de buenas a primeras, tengan repercusiones casi exclusivamente personales. Su interacción con el Grial revela más de ellos mismos, de su estatura moral y sus creencias (o ausencia de las mismas en un caso), que de cualquier misterio teológico. El cáliz santo es, al mismo tiempo, el centro de la trama y un mero catalizador de la misma (consideración que podría hacerse extensiva al elemento fantástico en su conjunto).
Su historia editorial en español es tan extraña que es un título que pasó totalmente desapercibido entre los aficionados al fantástico (e incluso me atrevería a decir que entre los aficionados a Tolkien), pues tan sólo se ha editado una vez, como «Guerra en el Cielo», en 2007 (en tapa dura) y 2010 (en tapa blanda), por parte de Homo Legens, el sello editorial de Intereconomía (que no recuerdo haber visto jamás en una librería; desmantelado en 2012). Desconozco la calidad de la traducción (para esta reseña me he basado en el original en inglés, que podéis encontrar, junto con otros títulos del mismo autor, en el Proyecto Gutenberg Australia).
La idea detrás del Santo Grial siempre me pareció muy interesante. Sobre todo como se refleja en el Perceval de Chrétien de Troyes, que el puro de corazón es aquel que es un iletrado, un bruto que no ha tenido contacto con otros hombres ni historias que le hayan podido pervertir. Me recuerda un poco a la idea de que el anillo sea llevado por Frodo, un personaje de alguna forma poco cultivado, que no ha salido de la comarca y que vencería la tentación por ser un bruto, no por ser alguien experimentado en la vida (ya sabemos como acaban aquellos que leen demasiados libros, locos como el Quijote).
Me apunto esta Guerra en el cielo porque parece que enfoca qué sea el Grial desde diferentes perspectivas.
En realidad, los hobbits son cultivados, mucho más que la mayor parte de las otras razas de la Tierra Media, y en particular Frodo (y no digamos ya Bilbo) son cultos, hasta incluso eruditos. Lo que sí son es sencillos (y se podría argumentar que es la sencillez absoluta de Sam la que salva a la postre la partida). Tolkien elogiaba la vida rural y tranquila, en contraposición con la deshumanización de la vida urbana y tecnológica; y sí, algo de todo eso podemos encontrar también en «War in heaven». Ambas tesis también coinciden en el concepto de que el ansia de poder corrompe (aunque sea con fines inicialmente bondadosos, como ocurre con Saruman).
Por lo que respecta a la ficción en torno al Grial. Creo que «War in heaven» es singular por ser de las primeras (si no la primera) obras de fantasía moderna que le da un papel protagonista, enlazando con toda la literatura medieval (y en particular con los mitos artúricos, empezando por Chrétien de Troyes). Al mismo tiempo, lo analiza desde una perspectiva teológica contemporánea, y como símbolo con distinto significado para cada personaje.
Son las mismas fuentes de las que bebió T. S. Eliot, un gran admirador de Charles Williams; y ambos a su vez influyeron a Tim Powers en obras como «La última partida«.