The dirty streets of heaven (Las sucias calles del cielo)

Tad Williams es un autor al que le gusta a) embarcarse en proyectos mastondónticos (como la saga de fantasía épica «Añoranzas y pesares» o el cyberpunk soft de «Otherland») y, como lo anterior también ejemplifica, b) ir probando cosas nuevas. Así, en 2012, tras casi tres décadas de oficio, decidió abordar la fantasía urbana con lo que es por ahora una trilogía de libros centrados en el personaje de Bobby Dollar, un ángel dedicado a servir al Altísimo en la muy terrenal ciudad de San Judas (una versión ficticia de la natal San José de Williams), oficialmente como abogado celestial, para asegurarse de que las almas de los fallecidos asciende al Cielo, aunque no duda en ensuciarse las manos un poco más si el caso lo requiere.

Como gran parte de la fantasía urbana, «Las sucias calles del cielo» se inspira claramente en la literatura (y el cine… el estilo de Williams es muy visual) noir. El caso es que Bobby Dollar (o Doloriel, según su nombre angélico) no se comporta exactamente como un detective privado. El bando celestial está organizado según una rígida estructura jerárquica, así que un ángel encarnado como él no puede correr totalmente por su cuenta. Digamos que el arquetipo sobre el que se modela es más bien el de un policía no demasiado apegado a las normas, decidido a solventar como sea, le pese a quien le pese, el misterio que tiene entre manos.

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¿De qué se trata exactamente? Bueno, la cosa es un poco complicada. Todo se inicia cuando el bueno de Bobby acude como cada dos días poco más o menos a atender un caso. Allí están todos: el letrado de la oposición, sus guardaespaldas, el ángel de la guarda asignado al finado, el juez celestial… todos menos el alma del principal interesado. Por primera vez desde que el mundo es mundo, la esencia espiritual de un fallecido se ha escurrido por entre los dedos tendidos de Cielo e Infierno… y nadie tiene idea de cómo algo así es siquiera posible.

Por supuesto, como uno de los testigos principales del no-evento, a Bobby le salpica de lleno la mierda, y las cosas no mejoran cuando poco después el abogado de la oposición aparece muerto (auténticamente muerto) y torturado, todo el mundo parece creer que se encuentra en posesión de algún objeto místico misterioso que forma parte del meollo del problema y empieza a perseguirle una antiquísima e imparable criatura de destrucción babilónica, que para empezar no tiene lugar en el plano físico (y para continuar, parece invulnerable incluso a las balas de plata).

Otro ángel hubiera optado por tomarse unas largas vacaciones en las bienaventuradas praderas celestiales, pero Doroliel no es de ésos. Demasiados años destacado en la Tierra como para tomarse las cosas con tanta filosofía, o quizás consiguió su trabajo (después de una temporada en los comandos de venganza celeste) precisamente por lo inquieto de su alma, en eterno conflicto entre la fe en los misteriosos designios del Altísimo y las dudas que le plantea el mastodóntico cuerpo burocrático encargado de ejectuar Su obra.

Bobby se embarca pues en una cruzada unipersonal por aclararlo todo, sin llegar a contravenir directamente las directrices que le llegan, literalmente, desde arriba, aunque dejándose un generoso margen para la interpretación. Por supuesto, es de ese tipo de líos que en cuanto te pones con ellos no hacen sino embrollarse más y más, ya sea involucrando al novato asignado a Sam (Sammariel), su mejor amigo, a la diabólica Condesa de las Manos Heladas (o alguno de sus desagradables superiores infernales) o a cualquiera de los agentes sobrenaturales que merodean por el área de la Bahía de San Francisco, cada uno de ellos con su propia agenda.

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Tampoco ayuda el que Bobby posea un pequeño fallo de carácter: cuando se encuentra atascado, en vez de pararse a recapacitar cuidadosamente sobres sus opciones, actúa impulsivamente y hace algo estúpido… como arramblar el solo, sin apoyo logístico ni apenas una idea clara de lo que pretende, contra las oficinas centrales en la Tierra de uno de los duques del Infierno.

Superficialmente, «Las sucias calles del cielo» se ajusta escrupulosamente al guión tipo de la fantasía urbana contemporánea (el que emplea, por poner un ejemplo, Jim Butcher en su serie sobre Harry Dresden). El que conozca a Tad Williams, sin embargo, sabrá que difícilmente se ajusta a estándares, y a la postre los referentes más directos cabría encontrarlos en la propia obra del autor (por ejemplo, en la no traducida «The war of the flowers«, un especie de fantasía épica industrial).

Lo primordial para Tad Williams es evitar caer en la previsibilidad y eso hace que se esfuerce por no dejar que la acción decaíga ni por un momento. Los ángeles encarnados, según confiesa Bobby Dollar, son algo más duros que el humano corriente, y eso le permite someter a su personaje a un vapuleo constante, de los que dejarían machacado al propio John McClaine.

Para las huestes infernales, el autor recurre a los nombres recogidos en el Ars Goetia de «La llave menor de Salomón» (un grimorio del siglo XVII), aunque en general prefiere echar mano de su propia inventiva para dibujar principalmente (en esta primera entrega de la serie) un Cielo vagamente judeocristiano (reserva el infierno para el segundo tomo, «Happy hour in hell»), así como su propia versión del conflicto milenario. Por supuesto, como toda novela negra que se precie, algo huele a podrido en las altas esferas (no en las Altísimas, que permanecen como incognoscibles), tanto de un bando como del otro (aunque sinceramente, en ese «otro» es lo esperable).

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A la postre, quizás se le va la mano un poco con la acción, que se come buena parte de la historia, dejando poco espacio para el desarrollo de la historia principal y del escenario, cuyas posibilidades no termina de explotar del todo (el que Bobby sea de los de actuar en vez de pensar, tampoco ayuda en exceso a mantener a la bestia bajo control). Es un defecto típico de Tad Williams, que le ha hecho transitar toda su carrera por tierra de nadie, con tramas (y estilo) demasiado elaboradas para el consumidor tipo de fantasía popular y una querencia por el espectáculo y lo pulp (en detrimento de una mayor complejidad conceptual) que lo aleja del radar de quienes buscan novelas más desafiantes.

En España ha tenido bastante mala suerte, siendo publicado primero en Timun Mas, a contracorriente del producto franquiciado típico de dicha editorial en los noventa, y recalando el primer tomo de la serie de Bobby Dollar en una colección condenada al fracaso casi desde el momento en que salió al mercado (por falta de enfoque editorial). Veremos si continúa (o deja colgados a los lectores, como ocurrió con la saga de «Otherland», que sólo se completó en una edición restringida del Círculo).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 22, 2015.

4 respuestas to “The dirty streets of heaven (Las sucias calles del cielo)”

  1. Muy buena reseña. Con respecto a la último yo creo que nos van a dejar colgados, como siempre en este tipo de literatura.

    • Con respecto a Tad Williams ya no confío en los editores (o el mercado) españoles. Lo pillaré todo en inglés (que además es más barato). Con Bobby Dollar, al fin y al cabo, no me molesta demasiado, pero no soportaría que me dejaran con la miel en los labios con «The last king of Osten Ard».

  2. Sergio, siempre coincidimos, Tad Williams me parece uno de los autores más destacados y probablemente el más olvidado. También me parece que le sigue los pasos a Tolkien aunque con la saga Shadowmarch ha trastabillado un poco. ¿Ya la has leído?

    • Bueno, hablar de Tolkien son palabras mayores. A Tad Williams, le falta (por lo que le he leído) esa capacidad de auténtica innovación que tienen los grandes (y estoy hablando de Tolkien, Howard y pocos más).

      En cuanto a Shadowmarch, precisamente he tenido que elegir entre ponerme a leer «The dirty streets of heaven» (450 páginas) o «Shadowmarch» (800 sólo el primero). Así ahí sigue en mi estantería, esperando que se le abra un hueco.

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