Boneshaker

Tres fueron los libros fantásticos más destacados del 2009 y los que se repartieron casi todos los premios y nominaciones. Entre ellos, el menos laureado, al quedarse sin el Hugo ni el Nebula al que aspiraba, fue “Boneshaker” de Cherie Priest, que sin embargo fue merecedor del premio Locus de ciencia ficción con una mezcla curiosa de varios de los subgéneros más en boga en el momento (y algún que otro ingrediente extra).

Vendido sobre todo bajo la etiqueta de steampunk, “Boneshaker”, el primer libro de una serie bautizada por la autora como The Clockwork Century (compuesta por otras cinco novelas, publicadas entre 2010 y 2013), pertenece ciertamente a esa estética (si bien con particularidades que ya detallaré), aunque no es menos cierto que parte de su atractivo reside en que se alimenta también de otras fuentes, como la literatura zombi, la ucronía, el weird west o incluso ramalazos propios de un horror survival.

boneshaker

La novela se ambienta en un 1879 alternativo, en el que la Guerra Civil americana sigue dividiendo el país y en el que la ciudad de Seattle (más populosa de lo que le correspondía por un adelanto de la fiebre del oro) fue semidestruida dieciséis años antes por la Boneshaker, una taladradora diseñada originalmente para buscar oro en la helada Alaska. El desastre, además, liberó del subsuelo un denso gas ponzoñoso, conocido como la plaga, que mató a buena parte de la población y transformó a unos cuantos en zombis (llamados en la novela “podridos”).

Para contener tanto a las emanaciones mefíticas como a sus víctimas, se erigió en torno al centro de Seattle un enorme muro de sesenta metros de altura, y los supervivientes se asentaron y trataron de continuar con sus vidas en las Afueras. Entre estos reasentados se cuentan Briar Wilkes y su hijo Zeke (Ezequiel), que cargan con un peso adicional, pues Briar es la viuda de Leviticus Blue, el ingeniero responsable del desastre (amén de hija de Maynard Wilkes, el denostado y fallecido sheriff de Seattle en el momento del desastre).

Zeke ha pasado toda su vida a la sombra de las acciones de un padre que no conoció, así que cumplidos los quince años decide entrar clandestinamente en Seattle para buscar respuestas sobre su vida y su muerte. Cuando su madre Briar se entera, decide al instante salir a buscarle, aunque tras el terremoto que ciega los túneles subterráneos que utilizó el chico, el único procedimiento de entrada es contratar los servicios de alguna aeronave pirata (de tipo dirigible, aunque con mucha mayor maniobrabilidad).

El problema para ambos es que la antigua Seattle es un territorio hostil, en donde la plaga obliga a llevar constantemente máscaras antigás en la superficie, hordas de podridos buscan desesperados algo que devorar y la escasa población local sobrevive como puede, trapicheando con lo que pueden (básicamente, el gas de la plaga, como materia prima de drogas que venden en las Afueras) y sometidos a la tiranía del doctor Minnericht, el prototípico científico loco que ha establecido su base de acción en la antigua e inacabada estación.

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Dicho de otro modo, “Boneshaker” bien podría ser un remake de “1984: Rescate en Nueva York”, con zombis, algún que otro artilugio mecánico y muchas máscaras de gas.

Sí, no resulta el colmo de la originalidad, al menos si analizamos sus ingredientes básicos tomados por separado, pero sin embargo la ejecución tiene algo especial, quizás surja del atrevimiento y desparpajo con que sirve la mezcla; de la forma en que los distintos tópicos, más que entorpecerse, se apoyan entre sí, engranando de un modo mucho más natural de lo que experimentos similares (como la película “Wild, wild, west”) consiguieron. Tal vez gracias a un cuidadoso equilibrio, que impide, por ejemplo, que la estética steampunk alcance niveles de ridículo (algo a lo que es propensa), o que se convierta en la enésima iteración Z carente de atractivos (aunque, por ese mismo motivo, decepcionará a los seguidores de este subgénero por la tangencialidad con que lo aborda).

Lo cierto es que “Boneshaker” alcanzaría cotas muy superiores si sus personajes fueran homogéneamente interesantes. Así, junto con el intrigante protagonismo de la madre endurecida por los reveses de la vida y decidida a todo con tal de rescatar a su hijo, tenemos al soseras del susodicho, que a sus quince años (en una época y lugar en que esa edad lo volvería prácticamente adulto) apenas es capaz de llevar el peso de los capítulos que le son dedicados. De igual modo, entre el variopinto elenco secundario podemos encontrar desde personajes de los que nos gustaría saber mucho más (Jeremiah Swakhammer y su arsenal) a otros que nos acaban cargando con sus manierismos (la manca y biónica Lucy, con su manía de llamar a todo el mundo “cielo”).

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De entre todas estas características, lo que terminó de decantar las simpatías del público y justificó su popularidad fue sin duda su peculiar aproximación al steampunk, desde una perspectiva cien por ciento americana, ajena (e incluso antagónica) al victorianismo canónico. Incluso sus científicos locos son muy reconocibles como un reflejo distorsionado del inventor estadounidense por antonomasia, Thomas Alba Edison, y los temas como la vida de frontera (y de fondo la prorrogada guerra civil) constituyen un trasfondo importante y un recordatorio perenne de que el Seattle de 1879 no puede ser más diferente del Londres de fin de siglo. Tal vez todo ello merecía una historia más innovadora y, sobre todo, una conclusión mucho más trabajada, pero cuando menos Priest nos ofrece una aventura sin tregua y un escenario pintoresco (si no se piensa demasiado en sus inconsistencias).

Como decía al principio de la entrada, el foco principal de los premios recayó aquel año en sus compañeras de binominación. Por un lado “La chica mecánica”, de Paolo Bacigalupi, que se alzó con el Hugo y el Nebula; y por el otro “La ciudad y la ciudad”, de China Miéville, que compartió el Hugo y fue la escogida por los votantes de los Locus como vencedora en la categoría de fantasía (lo cual no deja de parecerme curioso, pues casi clasificaría antes como ciencia ficción a la novela de Miéville que a ésta de Cherie Priest).

Otras opiniones:

~ por Sergio en abril 7, 2015.

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