Star Trek: En la oscuridad
Cuatro años es un lapso considerable entre entregas de una serie. En los treinta y cuatro años de vida de la franquicia de Star Trek sólo en dos ocasiones la espera ha sido igual o mayor. Transcurrieron cuatro años entre la basura que fue «Star Trek: Insurrección» y el clavo final en el ataúd de la Nueva Generación que fue «Star Trek: Némesis» (la menos taquillera, con diferencia, y la única que ha perdido dinero), y siete más para que los inversores recuperaran la confianza y decidieran relanzar la serie en 2009.
Desde el mismo día del estreno de la nueva iteración de las aventuras de la USS Enterprise se sabía que la secuela era inevitable; más cuestión de cuándo que de si. Al final, entre retrasos con el guión (aún no comprendo como a un trío tan penoso como Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof les suena tan bien la flauta con Star Trek) y el interés de los productores por contar de nuevo (y por última vez) con J. J. Abrams (que es un director pausado, con una película cada dos años, y que quiso estrenar entremedias un proyecto personal: «Super 8«), el estreno americano se retrasó hasta el 16 de mayo de 2013. Para la distribución internacional (el punto débil del proyecto), Paramount Pictures optó por una expansión escalonada, comenzando por los mercados más trekkies. En España, por tanto, no hemos tenido ocasión de catarla hasta julio (lo cual garantiza su fracaso).
El reparto original al completo se reúne de nuevo, con unas pocas adiciones, siendo el fichaje más sonado el de Benedict Cumberbatch como principal antagonista, aunque personalmente también me ha gustado mucho la recuperación de un icono de la ciencia ficción cinematográfica como Peter Weller. Si ya con la original comentaba que Karl Urban parecía poseído por el espíritu de DeForest Kelley y Zachary Quinto lograba el imposible de devolver un reflejo rejuvenecido a Leonard Nimoy, con esta entrega Chris Pine completa su transformación en el capitán Kirk, al adquirir la arrogancia y la responsabilidad del mando.
A partir de aquí, procuraré realizar un análisis libre de spoilers, aunque me temo que algunos de los aspectos que quiero comentar hacen inevitable que alguna que otra revelación inapropiada se cuele. Avisados quedáis, pues.
Uno de los temas principales de la película es la evolución de Kirk y Spock, tanto individualmente como por lo que se refiere a su amistad recíproca. El primero debe asumir la responsabilidad, para con la flota y, sobre todo, para con su tripulación, que comporta el mando, mientras que el segundo necesita aprender a integrar el compañerismo en su naturaleza vulcana. Mientras que Kirk es un personaje ligeramente más maduro, la vida aún no le ha propinado suficientes golpes para moderar su impulsividad (como le echa en cara el capitán Pike, cree que puede salirse de rositas de cualquier situación porque sus errores, hasta el momento, han sido cubiertos por pura suerte). Por su parte, el Spock de esta nueva línea temporal aún necesita integrar en su experiencia la destrucción de Vulcano y la casi aniquilación de su raza, lo cual lo vuelve al mismo tiempo más frío y más emocional que el personaje clásico.
En éstas, con Kirk degradado por su enésima insubordinación, un atentado perpretado por un oficial rebelde que responde al nombre de John Harrison pone en jaque al mando de la Flota Estelar. Subsecuentes actos del terrorista ponen en marcha una expedición de castigo, santificada por el propio almirante Alexander Marcus, comandante en jefe de la flota, aunque de dudosa legalidad, impulsada más por las ansías de venganza (a las que no es ajeno el propio Kirk) que de justicia.
La venganza es un tema importante de la película. Venganza es lo que busca Harrison, y las ansias de venganza son la emoción que deben combatir los protagonistas para obrar con la rectitud moral a la que aspira la Federación. De hecho, el título original, «Star Trek into the darkness», hace referencia sobre todo al giro hacia la oscuridad a que se ven abocados los protagonistas, y con ellos el mando estelar; un futuro de conflicto galáctico generalizado y militarización de una institución consagrada en principio a la exploración pacífica. Resulta terrible, por tanto la pésima traducción («hacia la oscuridad» hubiera sido lo correcto), que además intercala los dos puntos, una opción descartada con total premeditación por los creadores para distanciarse de pasadas entregas.
En su estudio del camino que conduce hacia el abismo, la película aborda el complicado tema del terrorismo y de las armas que es lícito emplear en su contra, apuntando a que tal vez haya que buscar al auténtico enemigo en disensiones internas, más que entre los agentes externos. De igual modo, se aprecia una crítica nada encubierta al uso de drones para realizar asesinatos selectivos, al tiempo que se reescribe en cierto modo uno de los más oscuros episodios recientes de la denominada guerra contra el terror: la caza de Bin Laden.
El guión, sin duda, hubiera podido afinar más en estos aspectos, quedando particularmente floja la introducción de los klingon en el panorama estratégico (aparte de que no me convence en absoluto su nueva estética), pero no deja de resultar osado el abordar temas tan delicados, cuya conclusión enlaza además con la visión optimista que Roddenberry quiso imprimir a su serie. Porque el espíritu original de Star Trek no cabe encontrarlo en la guerra, sino en la diplomacia. Descubrimiento antes que dominación. Luz en vez de oscuridad.
De acuerdo con este motivo, J. J. Abrams juega con el cromatismo. Tal y como no es casualidad que la Enterprise esté pintada de impoluto blanco, tampoco lo es que en la película abunden los destellos de color: verde, rojo, azul… superficies brillantes que reniegan de la oscuridad. En contra de la moda actual (sobre todo en segundas partes) de que todo debe ser más ambiguo, más gris, más oscuro, esta película es un alegato por el camino contrario, por el rechazo a la violencia. Cierto es que puede ser necesario recurrir a cierto grado de fuerza como defensa, pero siempre bajo control y siempre disociada de sus dos principales combustibles: la venganza y el miedo.
Los aficionados a la saga encontrarán también otros puntos de interés. La astuta artimaña que se empleó para relanzar la serie en 2009, que no anula todo el canon previo, sino que tan sólo lo ubica en otra línea temporal, permite efectos dramáticos novedosos como la transmisión de información entre el futuro alternativo y el presente, a través de la figura de Spock (un recurso que ponen cuidado en autolimitar). Pero es que además parece desarrollarse la historia bajo cierta tendencia a subsanar en lo posible los cambios, como si una fuerza incognoscible buscara contrarrestar la divergencia (algo que se ha postulado no pocas veces en historias de viaje temporal para minimizar el efecto de las paradojas).
El efecto de esta filosofía (porque a la postre es un planteamiento filosófico) en la película consiste en el establecimiento de un juego con el aficionado a través de paralelismos (no siempre directos, sino también a veces especulares), entre «Star Trek: En la oscuridad» y pasadas entregas de la serie, sobre todo con «Star Trek II: La ira de Khan» (aunque también con diversos episodios de la serie original, con un cameo especial de los famosos tribbles).
El objetivo último consiste en restañar todo lo posible la herida infligida por Nero, permitir que la línea temporal absorba y compense en lo posible los cambios y completar el relanzamiento, situando la saga al principio de las infinitas posibilidades prometidas por la ya mítica misión de cinco años para explorar mundos desconocidos, en busca de nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones, para llegar con audacia donde ningún hombre ha ido antes; en ofrecer un nuevo comienzo, algo mejor, un poco más sabio; en alimentar, en definitiva, la esperanza por el futuro.
Al fin y al cabo, ése fue siempre el espíritu de Star Trek.
Otras películas de J. J. Abrams analizadas en Rescepto:
Crítica amable que se agradece. Pensé que ibas a destrozarla, como han hecho otros bloggers. Añado +1 a mis ganas de verla.
Sigue en esta línea, Sergio. Tu blog es excelente a pesar de los problemas oculares que provoca. Ahora te dejo que debo limpiar mis ojos de sombras blancas. :)
Me dejas un poco sorprendido. La inmensa mayoría de críticas que he leído (tanto de aquí como de allá) oscilan entre lo positivo y lo entusiasta. Respecto al tamaño de letra…
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Gracias.