La Edad de Hierro de la ciencia ficción
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
(Miguel de Cervantes Saavedra, 1605)
No deja de leerse, en machaconas iteraciones, que la ciencia ficción está muerta. Al parecer hay mucha gente que desea que así sea, sólo que habría que comentarles que gritarlo a los cuatro vientos no basta para que lo proclamado se haga realidad. Ya he comentado este tema varias veces en el blog. La última el pasado octubre, con la entrada «Tiempos de crisis… en la ciencia ficción«. En ella disertaba sobre el cambio de paradigma y la dificultad que encuentran los escritores para construir la ciencia ficción adecuada para esta época. Sin embargo, allí me centraba sólo en parte de la ecuación. ¿Por qué los lectores de toda la vida se están alejando? ¿Por qué hay nombres destacados que se adscriben a esta corriente de pensamiento?
Siempre he tenido la convicción de que se trata de una forma de añoranza por las maravillas del pasado. A ver qué otro género posee de forma oficial un periodo conocido como la Edad de Oro. Es una clasificación que hemos hecho los propios aficionados, y ya se conocía así, limitada al pasado mítico, cuando muchos de sus principales autores seguían vivos y produciendo las que quizás fueran sus obras más maduras.
La Edad de Oro se caracterizaba por un optimismo desbordante. Eran un puñado de autores ante un juguete nuevo y maravilloso. Sí, las tramas quizás fueran poco elaboradas y los personajes un tanto acartonados, pero lo compensaban a fuerza de puro entusiasmo. Y el público respondió, en oleadas, conectados mediante las revistas pulp como Astounding (la publicación que define en cierta forma la Edad de Oro), Amazing Stories o Galaxy. Hacia los años 50, la carestía de papel tras la Segunda Guerra Mundial llevó a la quiebra a las revistas (justo cuando en España se iniciaba nuestra Edad Dorada particular con el auge de los bolsilibros), desplazando el centro de atención hacia los libros, lo que llevó a historias más elaboradas aunque con unas características similares (según algunos autores, el período entre 1950 y 1965 se conoce como Edad de Plata).
Desde mediados de los 60 se produce una pequeña crisis. Las maravillas tecnológicas están lejos de verse materializadas y una nueva generación de autores se rebela contra el estilo imperante y aboga por una mayor experimentación estilística y temática. Nace pues la New Wave, más interesada en el hombre como sujeto de los cambios que traerá el futuro. Los cuentos siguen siendo importantes. Primero en revistas y luego recopilados en antologías. Precisamente es una antología, «Visiones peligrosas», editada por Harlan Ellison, la que define el nuevo movimiento.
Precisamente es otra antología la que marca el cambio de tercio en lo que a vanguardia se refiere. «Mirrorshades», recopilada por Bruce Sterling, se convierte en la abanderada del movimiento Cyberpunk (con permiso de «Neuromante» de William Gibson, publicada en 1984). El Cyberpunk es un movimiento que podríamos tildar de «posturita». El mundo es una mierda, y si añadimos tecnología punta (sobre todo informática), el resultado es aún más mierdoso. Es como un gran ejercicio de estilo, que a pesar de estar hueco por dentro no engaña a nadie, pues una de sus bases filosóficas es precisamente ese vacío interior. El movimiento atacó con rabia durante todo lo que quedaba de década y se quemó a sí mismo en pocos años, dando paso al postcyberpunk, que se toma a sí mismo mucho menos en serio y abandona el luto por otros colores más vivos.
Paralelamente, los años 80 vieron un renacer de la ciencia ficción hard (que había predominado durante la Edad de Oro), quizás porque en el intervalo la ciencia había avanzado lo suficiente para permitir que toda una serie de nuevas inquietudes científicas sirvieran de base para la especulación.
Desde el postcyberpunk (que aún está en activo), se ha vuelto muy difícil clasificar en un único movimiento a la ciencia ficción. Pareciera como si de un tiempo a esta parte los autores se estuvieran dedicando a rebuscar en los límites de las grandes corrientes anteriores o a examinar con hibridaciones de todo tipo, pero sin llegar a producir ningún desarrollo verdaderamente original. En estos momentos, las dos corrientes principales que podemos encontrar serían la literatura P0st-Singularista y la de Futuro Cercano (que ya definía en mi entrada anterior), pero de algún modo son un poco insatisfactorias.
Reflexionando sobre el particular he llegado a una idea sobre la situación actual de la ciencia ficción y esta idea recurrente de que cualquier tiempo pasado fue mejor que quizás sea interesante explorar (o a lo mejor no es sino una divagación chorra). La ciencia ficción de la Edad de Oro, e incluso la de la New Wave, era una exploración de posibilidades; el futuro era un abanico infinito de maravillas o una promesa de cambio hacia el misterio. El ciberpunk introdujo la idea de degradación (social, que no tecnológica), pero era sobre todo una postura estética, una expresión de rebeldía contra el mundo antes que una predicción de futuro. La ciencia ficción actual, que paso a llamar de la Edad de Hierro, se está configurando como una exploración de limitaciones. Tanto el Near Future como el Post-Singularismo delimitan unas fronteras muy específicas para la especulación, bien sean temporales o conceptuales. No es de extrañar que un aficionado a la ciencia ficción de la Edad de Oro encuentre insatisfactorios los planteamientos de una literatura que parece haber dado un giro de ciento ochenta grados. Tampoco es de extrañar que los propios autores, hijos de una tradición de casi un siglo, encuentren dificultades en forjar la voz apropiada para esta nueva realidad.
En realidad, opino que estas aparentes limitaciones son un espejismo, que un cambio de perspectiva nos puede ayudar a descubrir el camino despejado para seguir avanzando (ahora lo hacemos desbrozando por pura cabezonería un laberinto enmarañado). Lo que no sé es si, una vez descubierto, todos los antiguos aficionados nos seguirán. Quizás para muchos la nueva ciencia ficción ya no valga la pena. Para ellos, sin duda, la ciencia ficción habrá muerto. Sin embargo, esta circunstancia puede devenir también en una oportunidad de abrir nuevos mercados y atraer a nuevos lectores. Además, el pesimismo y la asumción de limitaciones siempre han tenido mejor prensa que el optimismo desbordado. ¿Logrará la ciencia ficción el reconocimiento crítico que se le ha negado hasta ahora? Resulta como poco curioso que las grandes obras de ciencia ficción asimiladas por el mainstream han sido todas distopías ultrapesimistas.
Qué queréis que os diga. La definición perfecta de «muerto» es «sin cambio». No puedo visualizar a la ciencia ficción como muerta cuando precisamente se encuentra en medio de un fascinante proceso de cambio, henchido, pese a las limitaciones que lo definen, de nuevas posibilidades.
Os dejo por ahora, que tengo que ponerme el salacot y empuñar el machete para ir a desbrozar un poquito.