Tiempos de crisis… en la ciencia ficción
Hace ya bastante tiempo que se viene hablando de que la ciencia ficción está en crisis. De hecho, según a quien escuches (o leas), da casi la impresión de que hay muchos que están ya comprando flores para su funeral. Al principio, lo dejas pasar sin molestarte en analizarlo (los agoreros abundan como setas y no hay un subgrupo más machacón que los que anuncian el fin de los tiempos). Luego, a base de insistencia, empiezas a preguntarte qué hay de verdad en todo eso, y te da por examinar la cuestión asumiendo una postura lo más desapasionada posible.
Hay datos inequívocos: cada vez se edita menos ciencia ficción (al menos en España) y cada vez se vende menos. Es una situación clásica de huevo o gallina. Por supuesto, los editores defenderán que no hacen sino ajustarte a la dinámica del mercado, pero bueno… las tendencias también se crean. Puedo admitir que en ciencia ficción (pura) hace años que no se produce un pelotazo editorial (como sí ha ocurrido con la fantasía), pero no acabo de tragarme que, descontando los megaéxitos de fantasía, la cifi sea inherentemente menos vendible.
Quizás el problema se localice en la debilidad de las colecciones de género, que en general bordean en todo momento la ruina, con tiradas ajustadísimas y márgenes de beneficio tan magros que cualquier inconveniente te lanza de cabeza a los números rojos. En este panorama, es mejor apostar por un género que al menos una de cada cincuenta veces (a sí a ojo) te da una alegría. Lo peor es que cuando las cosas van mal lo más vulnerable es lo primero en sufrir las consecuencias, y han abundado los cambios catastróficos dentro del género fantástico: han desaparecido las revistas y nada ha conseguido reemplazarlas con éxito, el fándom «tradicional» cada vez es menos importante, la proliferación de pequeñas editoriales y el superávit relativo de títulos han acabado con el coleccionismo compulsivo y los precios se han disparado (veintitantos euros por un libro grande en tapas blandas es una burrada se mire como se mire). Quizás el número de volúmenes vendidos sea igual o superior al de otras épocas (si nos vamos más de una década atrás, sin duda es muy superior), pero el pastel se reparte entre más; es decir, aunque los beneficios hayan aumentado un poco, los costes de producción globales se han disparado. Todo ello son losas que van cayendo sobre la cabeza de la ciencia ficción, potenciando su «crisis».
Es una conclusión válida, pero no ataca al verdadero fondo del problema: ¿Por qué se ha convertido la ciencia ficción en el rival más débil?
Prestando de nuevo oído a los cenizos, resulta que la cifi ya ha perdido toda su capacidad evocativa, que no hay nada nuevo bajo el Sol y que las ubres de la vaca están secas como pasas y ya no se puede sacar nada nuevo de ellas. Básicamente, el argumento de «antes atábamos a los perros con longanizas».
De buenas a primeras, las tripas se te rebelan contra esta idea y ardes de justa indignación. Admitir que no hay nuevas ideas para la ciencia ficción es tan absurdo como pretender que se ha alcanzado el grado superior de desarrollo y no hay nada que aún haga soñar. La postura de la justa dignidad ofendida es muy molona, pero poco práctica, así que toca reflexionar, y así descubres que «algo» está pasando de verdad. No es sólo que se aprecia una fuerte carestía de ideas frescas (lo siento Robert Charles Wilson, Charles Stross, Robert J. Sawyer y compañía), sino que además los buenos y viejos clásicos de repente ya no son tan satisfactorios (¡cuánto ha perdido «Snowcrash» en los últimos siete años!). Estoy leyendo «La rebelión de los pupilos» de David Brin (la última novela de su ciclo de la elevación que me faltaba) y, aun disfrutándola, tengo la impresión de que hoy en día nadie escribiría algo parecido (el público no lo aceptaría). Algo falla. No sé si son los temas o el enfoque, pero algo falla. Podemos aceptar algunas discrepancias al leer un texto «antiguo»; basta con realizar un pequeño ajuste mental; pero cuando adquieres una obra nueva esperas encontrarte ideas novedosas, un desarrollo que se ajuste al paradigma dominante (o lo trastoque por completo, pero ahí ya estamos hablando de hitos, y éstos no abundan). Ahí, quizás, esté el problema.
Si hay algún paradigma dominante en la ciencia ficción actual es la ausencia de paradigma. La idea surgió a principios de los 90, asumiendo la forma de la polémica Singularidad Tecnológica de Vernor Vinge, que viene a decir que en torno al 2020 podría emerger una inteligencia sobrehumana (artificial) que dejará al hombre obsoleto (podéis leer sobre ella con un poco más de detalle aquí). La comunidad informática es altamente escéptica sobre este desarrollo de los acontecimientos, pero lo cierto es que, singularidad o no, da la impresión de que proyectar la ficción mucho más lejos con un mínimo de rigor es tarea imposible. Así como en la Edad de Oro de la ciencia ficción el universo se extendía infinito en todas direcciones, la postura filosófica actual tiende a dibujar un horizonte, no demasiado lejano, tras el cual no alcanzamos a ver nada, algo que viene reforzado por la incapacidad de reflejar la vanguardia científica en la literatura, pues muchos autores (y el 99,5% de los lectores) aún se pelean con las ramificaciones de la relatividad general, así que ni pensar en abordar mecánica cuántica, teoría del caos o supercuerdas con un mínimo de profundidad). Resulta paradójico que nuestra ciencia pueda ser más misteriosa y avanzada que nuestra ciencia ficción.
Este problema se ha intentado abordar desde dos ángulos. Por un lado está el near-future, que explora desarrollos próximos en el tiempo, en los que el hecho científico (o el sabor ciencia-ficcionero) no es más que la excusa para elaborar una trama próxima al thriller cuyo punto focal es el hombre actual. Se trata de una mezcla que no siempre sale bien y bastante insatisfactoria en lo que respecta al desarrollo de las ideas (quizás por falta de experiencia). La otra opción es tomar la senda post-singularista e inventar un futuro en el que casi cualquier cosa es posible. La gran dificultad de este planteamiento es que, por propia definición, el ser humano debería ser incapaz de entender el desarrollo posthumano más allá de una singularidad. Esto no es posible plasmarlo en palabras y, de serlo, debería resultarnos ininteligible (vamos, como «El Quijote» para un chimpancé). La suspensión de la incredulidad hace aguas por todos sitios. Es el equivalente literario a una película sobre África rodada con extra blancos embetunados y ataviados con la idea hollywoodense de la moda selvática (en los años 20 y 30 colaba, hoy ya no).
Recapitulando: tenemos dos propuestas de paradigma que están lejos de solidificar. Es como si la literatura de ciencia ficción hubiera sido deshauciada y estuviera buscando desesperada un nuevo piso. Hasta que lo encuentre, no me extraña que haya quien opine que está en crisis. ¡Vaya, hasta yo mismo estoy por fin dispuesto a admitirlo!
Pero no es una crisis de agonía. Es una crisis de crecimiento. Sólo hay que soltar amarras y encontrar un nuevo camino expresivo. Será difícil, pero estoy seguro de que valdrá la pena. Mientras tanto… habrá que capear la crisis, resistir y aportar nuestro granito de arena. No todo tiene que venirnos de fuera. Tal vez el próximo gran paradigma se esté forjando en estos momentos sobre un teclado con la letra Ñ.
R.I.P.
Umm, a la ciencia ficción le pasa lo mismo que a la filosofía, que de aquí a unos años, el problema está no ya en definir qué es, sino si sigue siendo o si está muerta por innecesaria o por colapso del sistema (el otro Sistema).
Sin duda es cierto mucho de lo que dices en el articulo, pero sinceramente creo que es un ciclo. Creo que el problema es que las editoriales se niegan a apostar por la sci-fi, porque lo fantástico y lo mágico da más pasta ahora (gracias a Potter). Pero no creo que falten ideas, aunque si que es cierto que hay que conectar con lo que el público espera. Yo por lo menos quiero aportar con mi granito de arena. No pretendo hacer SPAM, pero me siento orgulloso de haberme autopublicado mi primera novela del género. ¿Difícil publicar? Muchísimo, pero por ahora la aceptación de la gente está siendo buena.
Os invito a leer ciencia-ficción nueva y fresca y gratuita en «historiasdehojalata.com».
Yo, personalmente, no soy partidario de la autopublicación, pues la veo como un callejón sin salida (desde una perspectiva editorial). Suerte de todas formas con la iniciativa.